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El logo en pintura

Por 13 de diciembre de 2010 Sin comentarios

Vicente Verdú

Determinados pintores, no pocos pintores de renombre, basan su nueva obra en una simple réplica de la anterior. No van al estudio con la alegría de pintar cualquier cosa sino de recrear, en el mejor de los casos, lo que  se les ocurrió en un tiempo anterior. De este modo buscan,  fuerza de repetir lo mismo, ser identificables a distancia y con toda satisfacción por parte del espectador, el marchante, el coleccionista y el visitador.

Estos pintores garantizan, gracias a esa perfecta reedición de sí, la marca de la casa. Tienen poco que disfrutar mediante la pesada reiteración de su logo pero, probablemente, tienen mucho que ganar. Ser un experto capaz de distinguir en un cuadro sin firma el nombre de su creador puede ser una labor ímproba si el pintor trata hoy este tema y mañana cambia de melodía, técnica y composición. Ahora bien, si en cada obra plasma de forma  destacada el mismo sonsonete, aún el menos avezado de los contempladores acertará al emparejar pintura y pintor.

 De este talante se vale hoy y desde hace tiempo el mercado de la pintura. El comercio de obras de arte, como de galletas Fontaneda o bolsos de Louis Vuitton requiere que las obras muestren claramente el emblema de su producción. Efectivamente, la repetición del mismo logo, puede facilitar mejor la falsificación pero será sólo la primorosa falsificación del logo lo que más importe puesto que el resto de la obra, por lo general, no ofrece grandes dificultades de imitación. La clave de la buena falsificación exige pues la perfecta falsificación de ese logo puesto que la obra poco a poco, a fuerza de repetirse, ha perdido misterio y lo que deja acaso flotando sería  la originalidad de su primera ideación. ¿Y cuál será la originalidad de esa primera ideación? La primera y al cabo máxima originalidad de valor para el mercado del arte tiende a ser el buen logo, inconfundible y cabal, de modo que si se repite tan tenazmente en cada obra y se impone inconfundible en el cuadro es por razón de que aquella cosa, ese anagrama es la fuente de su valor. Una fuente pictórica pero no una pintura y menos, después, una creación. En realidad, el logo aparece una y otra vez como un sello sagrado. No es la firma sino unas formas seguras que aún no dibujando las letras del nombre de nadie, dan, sin equívocos, el nombre del cotizado autor. Podrían ser sus huellas, podrían ser sus garabatos, su semen, su sangre o su sudor, pueden ser muestras auténticas de la mano maestra llevada al punto en que la dinámica de la compraventa perfecta y millonaria lleva a la parálisis y  su desecación. Es decir, a  un estilo que en lugar de seguir resbalado sobre sí mismo para probar nuevos mundos de conocimiento y de construcción, se ha coagulado en aquel momento crítico, "divino",  coincidente con el momento de su máxima cotización comercial.  Sucede pues que, en no pocos casos, una obra y otra obra no son ni mejores sin peores, no inspiradas ni expiradas, ni óptimas ni asombrosas, son tan iguales que el precio se determina a través de su tamaño y, a su vez, resultan tan superponibles que el autor, antes de llegar a muerto siente que va sepultándose en los estratos iguales que derivan de su labor. Estratos que van cubriéndole de gloria o de pesantez, de fama o de cierre en la logia de su lógica fatal. Sepultado prematuramente en el coleccionable logo de su historia, la gloriosa historia de su calculada momificación.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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