
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Uno de los refranes más fecundos y certeros es el que dice que "un clavo quita otro clavo". El clavo es un dolor, el dolor especial de un desengaño amoroso. El clavo que teníamos clavado con gusto y su ausencia nos angustia lo reemplaza otro clavo que fijado en el mismo lugar no duele sino que, por el contrario, anestesia primero la ausencia doliente y restituye con su penetración el gozo del primer clavo que no duele sino cuando desapareció y dejó abierto el hueco por donde clama el suplicio. El violento dolor de la falta la remedia una nueva presencia. ¿Igual? No hay dos clavos iguales ni tampoco dos oquedades idénticas pero lo importante viene a ser su condición intercambiable y, por lo que se ve, ajustada al mismo espacio como si fuera una misma voz. Este mismo espacio angosto donde el clavo cumple la función de completarnos duele al quedar vacío y se colma con la proporción bastante a través del clavo genérico que restituye materialmente el género. No es, desde luego, el mismo clavo que el anterior, lo que sería un tedioso sinsentido, sino que se trata de un clavo nuevo que presta salud gracias a ello. A la reinserción se une la renovación y a la renovación la frescura de la cura. Renovación del elemento anterior por otro distinto que, sin embargo, actúa de la misma manera que el precedente y sin preguntarse cómo ni por qué. Se trata a través del recambio del juego entre dos piezas distintas pero que actúan con eficiencia equivalente gracias a que el clavo siguiente ocupa el mismo hueco del anterior y con ello opera como si tapara herméticamente la boca por la que clama la herida. La herida que el clavo tapa se halla así en acción constante puesto que es su energía la que proporciona tono a nuestra vitalidad pero ese poder sólo se manifiesta lacerante cuando le falta el clavo. De modo que el clavo afecta ante todo con su ausencia. Pero su presencia posterior también. De modo que la cavidad candente persiste antes y después. De modo, en fin, que el calvario preexiste sin tregua y es gracias a su potencia dolorosa como proporciona bienestar, siendo clavo sinónimo de pena y siendo el segundo clavo quien ahoga el dolor con su peso y, sin duda, con la oculta potencia de dolor que consigo (silenciosamente) también porta.