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El café

Por 3 de diciembre de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Vicente Verdú

El café es de los alimentos que peor sientan a todo el mundo. El café cae como una bomba y no se diga ya del café con leche que añade mediante la lactosa un surtido de inconvenientes que los médicos relatan como sevicias que estragan el  sistema digestivo de principio a fin y pueden prepararlo para males mayores y más graves.

 Sin embrago, todo el mundo toma café y cuando alguien lo soslaya o escoge sustituirlo por una infusión de yerbas el grupo asume silenciosamente que su salud debe ser es delicada. Efectivamente, quienes han sufrido demasiadas veces las inconveniencias del café tienen registradas orgánicamente sus corrosiones como llagas y en consecuencia pueden haber desarrollado una justificada aversión que les impulsa a rechazarlo con rotundidad y en cualquier momento.

Se trata de los individuos que fueron más afectados por este elemento consuetudinario pero también por aquello mejor instruidos. Con todo el café sigue siendo central en numerosas reuniones de todo género, de la fiesta al funeral, desde la familia a la empresa, y acostumbra a erigirse en obligado colofón y resumen tras los

 Antes, hace más o menos medio siglo, la peor fama del café radicaba en que quitaba el sueño y que producía taquicardia o incluso una subida de tensión. No se le reconocían perjuicios de verdad importantes pero en cuanto a los aportes  positivos, como levantar el ánimo, incrementar los rendimientos, disfrutar de reuniones, favorecer la conversación, no podía disfrutar de una reputación más oportuna y brillante.

Con los años y la medicalización ciudadana al café se le atribuyen una serie de males reflejados especialmente en las gastritis que si antes constituían un mal casi general, particularmente  frecuente entre hombres  fumadores, no se tenía por un desorden sino un atributo social correspondiente a la especie paterna que echaba continuamente del bicarbonato.

El desprestigio en que vino a caer el bicarbonato, coincidiendo con la muerte de Franco,  abrió las puertas a antiácidos más cabales como el almax pero este mismo almax de carácter farmacéutico ha actuado no sólo médicamente sino contagiando de su simbolismo medicinal a la patología del café y del tabaco. La gastritis fue así perdiendo condición masculina o paternal hasta secularizarse en el universo de la clínica.

Aunque, con todo, el café apenas ha perdido audiencia. No posee el prestigio literario, liberal e intelectual de antes pero no hay casa donde no se guarde café y se halle siempre dispuesto para sus gentes y las visitas. Ahora, desde luego, con la reserva, cada vez más frecuente, de te y de otras yerbas.

Las hierbas son suaves y muchas de ellas incluso medicinales. Poseen la desventaja, frente al café de aún despidiendo aromas fragantes que no huelen tan bien y con tanta autoridad como el café. Y ahí radica, sin duda, la persistencia social e histórica del  café y su aura. Más aún, el café es de aquellos productos que como el perfume mismo huelen mejor que saben.  Tradicionalmente su olor emite un mensaje de concordia y persuasión donde se juntan tanto su espesa condición masculina y, de otra, un aire maternal que nace de la cocina, planea sobre la casa y llena los pasillos en una suerte de envoltura de bien y verdad que remite al pacífico corazón de un hogar mítico, al gozo de la tertulia, o a la pausa en el trabajo.

El rato del interludio el rato del café convertido no sólo en una bebida central sino en un hito de la cadencia del tiempo cotidiano. Café para negociar, café para hacer tiempo, café para amar, café para vivir más allá del decaimiento o del sueño.

En Manizales, en Colombia, donde se extienden hermosas  plantaciones de café sobre una orografía  ondulaciones, quebradas y frunces complejos,  los agricultores plantan unas palmeras junto a los cafetos para que su sombra proteja y conceda un matiz de sombra al grano. Los cafetos o árboles del café producen frutos carnosos, en general rojos o púrpura llamados "cerezas de café". y dice la Wikipedia: "Cuando se abre una cereza se encuentra el grano de café encerrado  en un casco semirrígido, de aspecto apergaminado, que corresponde a la pared del núcleo. Una vez retirado el grano de café verde,  se le observa rodeado de una piel plateada y adherida que se corresponde con el tegumento de la semilla".

El color primario de la cereza, el carácter apergaminado y el muaré plateado se presentan colmatados cuando el café se manifiesta. De esa fuerte impresión se aprende que el café posee un ser interior acaso desbocada,  acaso tan fuerte como una droga. De hecho el café considerado  por una droga, fue prohibido tanto en  Asia como en Europa, por los protestantes, los católicos o los islamistas, pero las cafeterías no dejaron de crecer hasta a rondar el millar en 1630 en El Cairo

A Europa llegó el café en torno al 1600, gracias a los mercaderes venecianos y pronto los consejos del Papa Clemente VIII le propusieron su prohibición vistos los efectos "desatados" que provocaba en los diferentes  consumidores y atribuyendo a los infieles la promoción de esa pócima diabólica. El Papa Clemente VIII, sin embargo, tras haberlo probado bendijo la bebida, la legitimó religiosamente, alegando que dejar sólo a los infieles el placer de esta bebida sería una lástima.

Los mismos monjes lo alababan con el argumento de que aumentaba sus fuerzas y la longitud del tiempo para sus rezos místicos. A mediados del siglo XVIII todas las ciudades europeas tenían ya cafeterías y poco a poco fue infiltrándose en las casas.

Su vida concentrada significa otra fuerza nuclear alternativa a la potencia de la coca o la avalancha de la anfetamina. En ese grano se aloja un manojo de nervios para desarrollarse más como un ovillo eléctrico que como un alijo. Este excitante es droga a escala de la familia que  traspasa las diferencias de sexos o edades y  hasta al muchacho  se le prepara una taza de café con leche para que salga pitando a su escuela.

 Desde la infancia hay café y  permanece presente a lo largo de toda la vida. Quizás su color evoca un mundo funerario pero efectivamente, mansamente, viene a ser así: café más café, miles o decenas de miles de cafés en la vida horadando el cuadro de colores, cubriéndonos el interior de  oscuro o de un negro biológico que finalmente lleva a un cadáver yerto,  colado por el café.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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