
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
El amor, contemplado políticamente y lingüísticamente, es tanto, en la primera opción, una real resolución del conflicto intersexual y, en la segunda opción, una traducción de lo uno y de lo otro para llegar a una gozosa transexualidad.
Las oposiciones, las disidencias y los deseos de cada lado se transfiguran en una esfera amante donde no hay tanto un hombre o una mujer, uno u otro polo de género, como una realidad creada de la clamante interrelación que en la interacción ama.
O dicho de otro modo: no hay, en esa circunstancia, un tú y un yo diferenciales, sino una sola construcción inédita. Ambas partes crean esta nueva condición en la que participan, metamorfoseados, sus cuerpos y sus anhelos.
Políticamente, el conflicto desaparece en esta nación nueva, recién inaugurada. Pero ¿y lingüísticamente? Mediante el lenguaje de una triunfante traducción recíproca, se hila un texto inconsútil, una textura, una malla de comunicación efectiva que culminará en la eliminación del guión "tú-yo", siendo su cenit el mundo que llega a formar el "tuyo".