Vicente Verdú
"En el horizonte del mundo moderno se eleva el sol negro del tedio", escribía Lefebvre en su Crítica de la vida cotidiana. Sin embargo, han pasado cuarenta años y el tedio no se alza como el sentimiento que se pronosticaba como dominante. En esto tiene también razón Bégout. No es el tedio, ni tampoco la depresión, por mucho que se hable de ello, la emoción más característica de la épica. Más bien el mundo se va realizando, destruyendo, transformándose, ante una relativa indiferencia.
Ni siquiera los movimientos más comprometidos llegan a contrabalancear esta indolencia prevalente. Cualquier implicación profunda con una causa no parece en absoluto de nuestro tiempo. La flexibilidad, la volubilidad, la plasticidad, la disponibilidad, el "lastre cero", son quienes deciden el estilo del mundo que tiende menos a la cambiar la situación como a conllevarla dentro del mayor acomodo, confort y aprovechamiento.
La vida, al fin, ha dejado de presentarse como un reto de transformación social o personal. La vida es lo que es y, en consecuencia, resulta una pérdida de oportunidades ocuparse en grandes planes de reforma trascendente. Cada cual se enfrenta a la cotidianidad como un hecho. Un hecho acabado. No estará mal protegerse, pertrecharse, instruirse en el mejor aprovechamiento y disfrute de las ofertas del sistema pero ¿afanarse para cambiar sus principios? No es tedio sino dejadez, no es cansancio sino indiferencia, no es el grito de la subversión sino el clamor del entretenimiento.