
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Que los tipos de interés en un país tras otro lleguen a cero tiene relación, más o menos secreta, con la tendencia general del sistema a ofrecer productos gratis. Un próximo libro de Chris Anderson, editor de la revista Wired, lleva precisamente por título Free (Gratis) y se refiere a la deriva que en los artículos o en los servicios se detecta para ofrecerse al consumidor a cambio de nada. No a cambio de un dos por uno ni un tres por dos, rebajas del 70% y gangas por el estilo sino exactamente por precio cero.
Porque ¿cómo puede ser igual pagar algo que nada de nada? El precio cero crea un espejismo del fin del mercado pero simultáneamente un superfenómeno de difusión viral desde donde la marca obtiene posteriormente grandes beneficios. No beneficios a partir de esa marca (sea un restaurante, un móvil o una gasolinera) sino de la lista de datos personales, clasificados y pormenorizados, que se obtienen a través de la promoción y la fidelización. La mercancía se entrega como un don pero se intercambia por una contraprestación indetectable. Lo que en la empresa tiene valor no es el artículo sino la huella que ha dejado el consumidor al tomarla en sus manos. Un servidor de la red, través de las visitas y consultas de sus usuarios está en condiciones de confeccionar diferentes tipos de listados con perfiles detallados de clientes. El servicio que ofrece el servidor es con todo gratis y el intercambio introduce una permuta entre la cosa y la persona sin que en el silencio de la transacción nada se note. O se note precisamente la nada.
Los periódicos hace mucho tiempo que dejaron de establecer su ínfimo precio de acuerdo al coste del papel, la impresión, la distriubución y las nóminas sino que, como han demostrado más tarde los gratuitos y el marketing viral, su negocio ha consistido no en vender información sino, ante todo, en vender lectores a los anunciantes. Con este provecho invisible a primera vista la mayor parte de las promociones de las revistas norteamericanas se hacen con descuentos exorbitantes y regalos de cualquier orden.
Poco a poco ya sea por la competencia en la red como por los resultados de los outsourcings las cosas valen prácticamente lo mismo que una propina. Una camiseta de Zara vale menos que un café en Starbucks, un reloj vale menos que una entrada al cine, un vídeo o unos cacharros de cocina, un s, bolígrafo, gafas, calcetines, tienden a venderse casi gratis bien directamente bien mediante las incontables ofertas y liquidaciones, y más en esta Gran Crisis donde si el sagrado dinero es o se acerca al precio cero. Y siendo el valor del dinero igual a nada ¿cómo no iban a tender a cero todo lo demás? Si los activos tóxicos no valen o valen menos que nada ¿cómo la basura no iba a alcanzar un valor histórico?
¿Qué ocurriría el día en que ya todo lo visible no valga nada? Entonces el mercado parecería desaparecido o desmaterializado. Pero, a la vez, mientras la asíntota del valor mantenga esa trayectoria hacia el cero, hacia el desecho del valor, el capital pasará de parecer agresivo a manso, de altanero a jovial y de codicioso en benefactor. He aquí el sentido circular que dibuja el sistema desde antes de la crisis, en el cenit de la crisis y en su después. La basura es su inspiración fundamental pero no ya maloliente sino depurada en el ayuno de la estrategia del cero y el reciclaje del valor personal.