Vicente Verdú
Mi hija sostiene que las personas son aquello que son para nosotros de acuerdo al estado de ánimo que trasmitan. Más escuetamente: “Las personas son un estado de ánimo”.
Hay sujetos que comunican sosiego o buen humor; otras trasladan sus angustias o sus nervios. No siempre es así pero ocurre con algunas personas que basta con que aparezcan por la puerta para que el grupo reciba una sensación confortable. O viceversa.
No podemos cambiar de físico –excepto en los concursos de la tele o en dermoestéticas, y ni eso -tampoco podemos hacer demasiado por transformar nuestro carácter, pero parece posible, al comprender que nuestra actitud induce malos rollos, para los demás y para uno mismo, corregir la actitud.
Individuos que se pasean con un invariable gesto de amargura, tipos pesimistas que insisten en el valor del pesimismo, antipáticos que se enorgullecen del poco aprecio que les merecen los demás.
En incontables casos de este género negativo, la experiencia enseña que puede mejorarse o hasta superarse. De hecho, las consultas de los psiquiatras y de los psicólogos se encuentran también pobladas de gentes que han tomado conciencia de que la felicidad aumenta en la mejor conexión con los demás y echan de menos no incrementar el número y la calidad de sus relaciones.
Muchos de ellos, antes de caer en la cuenta de este problema personal del Estado de Ánimo no comprendían qué apartaba a los otros de su lado o qué poco les duraban en sus cercanías. Simplemente no habían reparado en el mal lado que les daban. O, en que, como ocurre con frecuencia, era él o ella, inconscientemente o no, quien los ladeaba.