Sergio Ramírez
Los carteles de la droga apuntan los nombres de los famosos de la canción norteña, popular ahora en toda América Latina, y buscan reclutarlos. Venden miles de discos, están en todos los programas de la radio, llenan estadios y palenques. Es un asunto de prestigio para los capos tener de su lado a un cantante, o al conjunto entero, y también un asunto de capricho. Pero también son útiles los artistas a la hora de celebrar sus rumbosas fiestas de cumpleaños, pues pueden tenerlos cantando hasta que da la luz del día, y útiles, sobre todo, para enviar mensajes como el que le costó la vida a Valentín Elizalde, “El gallo de oro”.
Cuando terminó la función aquel domingo en Reynosa, territorio del cartel del Golfo, Valentín salió en compañía de su manager y de un primo que tocaba el clarinete en el conjunto, en busca del vehículo donde los esperaba el chofer, y entonces fueron emboscados desde dos camionetas por “los Zetas”, el brazo armado del cartel del Golfo que tiene a la cabeza a Tony Tormenta, hermano de Osiel. Sólo el primo clarinetista sobrevivió.
En venganza, el cartel de Sinaloa prometió asesinar a todos los integrantes del conjunto “Los tucanes de Tijuana”, famosos también, y aparentemente fieles al cartel del Golfo.