Vicente Verdú
El siniestro personaje calvo que protagonizaba el anuncio de la lotería de Navidad ha sido finalmente abolido.La noticia de estos días no ha indicado si la sustitución del spot, exhibido durante ocho años consecutivos, obedece a un mero gesto de renovación o coincide con la exacta defunción del personaje.
La mortuoria hipótesis que suscitaría acaso raramente otra clase de publicidad no es incoherente con la naturaleza del anuncio, su ambientación, su musicalización, su ritmo, sus colores, sus atuendos. La lotería, así proclamada, ha llegado presidida durante años por el signo de lo aciago, lo macabro y el desasosegante trato con la mortalidad. ¿Por qué? Casi puede decirse que el producto no procedía de una u otra agencia sino de un paraje descontrolado que traía por su cuenta los peores presagios sobre la actualidad de esos días supuestamente inocentes y, sin embargo, grabados de una punky-perversión, gótica y snuff.
Rodado en blanco y negro, la amenazante aparición del tipo que soplaba al azar sobre el cuenco de su mano derecha componía una angustiosa escena de ultratumba donde la lotería no consistía, en sus manos, en la esperanza de que te tocara el gordo sino en que no te tocara morir.
Un anuncio de esta clase no habría encontrado acomodo en ningún otro espacio o patrocinio que no fuera el ámbito macabro de la insufrible Dirección de Tráfico. Pero ¿en Navidad? ¿Para amenizar la Navidad?
Sólo aceptando que Televisión Española hubiera ahondado en los significados ocultos de estas fiestas paganas y religiosas, de luz y de sombra, podría entenderse que repitiera diciembre tras diciembre un Bergman de tamaña intensidad.
Efectivamente no hay fiesta sin tragedia. No hay felicidad familiar sin su réplica de hondísima desdicha. No hay vida sin muerte ni celebración que no encierre en el brillo de la copa un guiño de otra defunción.
La Navidad, en tanto se enaltece la cohesión del grupo, estalla la trifulca; en tanto se acentúa la idea del amor, el resentimiento culebrea debajo de las sillas. Y también, en tanto la idea de estar juntos y vivos se enfatiza, el punto mortal llamea en su centro. O sus fisuras.
La vuelta del spot de la Navidad no era sino una representación de la visita de la muerte. Sobre los manteles de hilo, festoneando la alegría inducida, pespuntando los golpes de alegría, la muerte salpicaba como el polvo de oro que esparcía “el calvo”.
Bajo su patrocinio el décimo nunca fue, ni mucho menos, un juego de niños. Constituía una muy seria apuesta al azar, trato documentado con la suerte, liturgia del mundo y del transmundo que ese tipo arrastraba tras de sí, manchando las calles y las plazas con su rastro de luto.
Bendito pues el adiós al maldito anuncio de tinta negra que, año tras año, en medio de la búsqueda del sosiego vacacional o familiar introducía un pulso de inquietud aciaga que sin duda se ha llevado por delante a muchos. Empezando por los señores creativos y por su fosca criatura de terror.