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Un célebre vago

Por 2 de diciembre de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

Se aproxima el centenario de la muerte de Rubén Darío, y habrá mucho que decir sobre su vida y su obre, desde ahora hasta las celebraciones del 150 aniversario de su muerte en el 2017. En nuestra tradición literaria es el poeta, no el prosista, ni menos el periodista, campos los tres en que fue el fundador de un nuevo lenguaje y de una manera diferente de ver el mundo.
Desde su infancia fue tenido por un extraño prodigio que componía versos con una facilidad inaudita, un especie de fenómeno de feria de cabeza desproporcionada, como se le ve en algunos retratos borrosos, que asombraba a los gramáticos, profesores de primeras letras, versificadores y militares en retiro de las campañas liberales, aquellos "licenciados confianzudos o ceremoniosos, y suficientes, los buenos coroneles negros e indios", evocados luego en Oro de Mallorca, que se reunían en las tertulias de la casa solariega de su tía abuela doña Bernarda Sarmiento, en la calle real de León, donde creció como huérfano.
Pero también asombraba a los clérigos, matronas, viudas y madres de hijas casaderas, que llegaban hasta su casa a solicitar al "poeta niño", como comenzó a llamársele ya no sólo en León sino en otras partes de Nicaragua, alabanzas en verso a la Virgen María, novenas y jaculatorias, madrigales y sonetos para quinceañeras, y elegías en honor de caballeros difuntos:
"Acontecía que se usaba entonces -y creo que aún persiste- la costumbre de imprimir y repartir, en los entierros, «epitafios», en que los deudos lamentaban los fallecimientos, en verso por lo general. Los que sabían mi rítmico don, llegaban a encargarme pusiese su duelo en estrofas…", recuerda en sus anotaciones de La vida de Rubén Darío escrita por él mismo. 
La poesía ha acaparado este prestigio suyo de la precocidad, sustento de la creencia popular en su genio, y la fama no se lo ha otorgado a sus dones no menos precoces como periodista, como empecé diciendo. Su primer artículo de prensa conocido, "El último suplicio ofende a la naturaleza", un hervor de ideas liberales aún mal digeridas, lo escribió en 1880, a los catorces años, y se publicó en el semanario de León La Verdad. Y otros, de la misma naturaleza, provocaron que las autoridades de policía del gobierno conservador lo mandaran a procesar bajo la acusación de vagancia. 
El proceso tuvo lugar en 1884, y el acusado tenía entonces 17 años. El Prefecto Departamental escondió la verdadera intención de la represión bajo el argumento de que el acusado no tenía oficio conocido. Buscó testigos amañados, y uno de ellos declaró: "no conozco al joven Darío. He oído decir que es poeta, y como para mí poeta es sinónimo de vago, declaro que lo es".
El juez de policía, actuando bajo órdenes oficiales, lo condenó a la pena de ocho días de obras públicas conmutables a razón de un peso por día. No le ayudaba mucho su figura esmirriada, su melena larga de poeta romántico, sus zapatos gastados y su pobre vestimenta, ni ayudaba frente a la autoridad cerril que lo juzgaba su prestigio de poeta de salones, funerales y procesiones religiosas; menos el de periodista, un oficio odioso ya desde entonces en América a las imposiciones del pensamiento oficial; se buscaba castigarlo con la ignominia de barrer las calles en cadena de presos, a la vista pública, por ejercer la libertad de palabra. Y a duras penas escapó.
Es, como podemos ver, el vago más célebre de nuestra historia, padre de una nación que puede llamarse dariana; y por muchos años su efigie en los billetes: primero en los 500 córdobas, el de mayor denominación, hasta que el viejo Somoza creo uno de mil y se puso él mismo, pues según sus cuentas valía más que Rubén; y luego en los de cien, de donde ahora ha desaparecido por acto de prestidigitación.
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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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