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Rusia y un socio obsequioso

Por 1 de marzo de 2022 Sin comentarios

Sergio Ramírez

Como parte de las medidas de aislamiento que los países europeos han tomado en contra de Rusia a consecuencia de la invasión a Ucrania, el avión en que viajaba hacia Moscú Viacheslav Volodin, presidente de la Duma, fue impedido de volar sobre el espacio aéreo de Suecia y Finlandia, y tuvo que desviarse muy hacia el norte para llegar por fin a su destino.

Esta noticia, entre tantas que se publican a raíz de esta guerra en la que Vladimir Putin juega con la sangre ajena el juego imperial de zar de la Santa Madre Rusia, no me daría pie para iniciar este artículo si no fuera porque el avión del camarada Volodin venía de Nicaragua, un destino que, en estas circunstancias, a muchos no dejará de parecer extraño. ¿Qué hace en Managua el presidente de la Duma, cuando los cohetes rusos caen sobre las ciudades ucranianas?

Volodin fue recibido con pompa y circunstancia, y uno de los hijos de Ortega le dio la bienvenida oficial. Hablando en una sesión del parlamento nicaragüense, convocada en su honor, dijo, con la misma cara de jugador de póker que pone Putin, que «la población de Ucrania no tiene que temer a la operación pacificadora, porque está dirigida a la desmilitarización.

Reunido Volidin esa misma tarde con la pareja presidencial, Ortega aprovechó para otorgar su respaldo sin reservas a la invasión, tal como lo había hecho días atrás delante de otro enviado del Kremlin, el viceprimer ministro Yuri Vorisov, quien llegó en visita oficial el 17 de febrero.

En medio de la guerra de agresión contra Ucrania, escogen Nicaragua como destino en busca de respaldo diplomático, lo cual no deja de ser ocioso, pues no necesitarían afanarse tanto si saben de antemano que cuentan con la adhesión obsequiosa de Ortega.

Ya en septiembre del 2008, después que Rusia había arrebatado a la república de Georgia los territorios de Abjasia y Osetia del Sur, Ortega corrió a reconocerlos como países independientes. Su canciller de entonces hizo unas declaraciones bastante cándidas respecto a las relaciones con estos dos protectorados: “estaremos actuando a través de nuestros amigos, probablemente Rusia, para establecer contactos más estrechos con ellos”. Los otros únicos países en el mundo en avalar el despojo fueron Vanuatu, Tuvalu y Nauru, pequeñas islas perdidas en el océano pacífico. Y Venezuela.

En 2014, Ortega se apresuró en respaldar, oficiosamente también, la ocupación rusa de Crimea, donde mandó establecer un consulado, iniciativa que esta vez no acompañaron ni siquiera Vanuatu, Tuvalu y Nauru. Y ese mismo año, al concluir una visita oficial a Cuba, Putin ordenó hacer una escala de un par de horas en Nicaragua porque no quería regresar a Moscú sin mostrar personalmente a Ortega su agradecimiento por tanta largueza, “un socio muy importante en América Latina” según sus propias palabras.

Una sociedad afectiva, asunto de cariño y agradecimiento, pero que no se traduce en muchos beneficios para el propio Ortega, que en medio de su propio aislamiento busca aliados estratégicos, aunque sea lejanos, como la propia Rusia, China, Corea del Norte, o Irán.

Cada vez que se da una de estas visitas de funcionarios rusos se habla de grandes proyectos de cooperación; pero hasta ahora todo se ha traducido en que el ejército de Ortega ha recibido viejos tanques refaccionados de la segunda guerra mundial, y el gobierno partidas de autobuses que no duran ni un año en buen estado, y a los que hay que adaptar pues no vienen acondicionados para climas tropicales; además de una antena de comunicación terrena que algunos toman por un sistema de espionaje.

Y ahora, para expresar su entusiasmo por la invasión a Ucrania, Ortega escogió nada menos que la celebración del aniversario del asesinato del general Sandino, el 21 de febrero; y allí reconoció también la “proclamación de la independencia” de las repúblicas de Donetsk y Luhanks, las partes del territorio ucraniano que Rusia busca segregar.

  «El presidente Putin ha dado un paso hoy, donde lo que ha hecho es reconocer a unas repúblicas que, desde el golpe de 2014, siendo fronterizas con Rusia, no reconocieron a los gobiernos golpistas y crearon su gobierno » dijo, hablando desde las cavernas enmohecidas de la guerra fría, al tiempo que justificaba los preparativos bélicos para invadir Ucrania como acciones para asegurar la paz, “ante la escalada del conflicto por parte de Estados Unidos y los países europeos”.

Para quienes hayan olvidado una parte esencial de la historia de Nicaragua, debemos recordar que Sandino, defensor de la soberanía nacional, se alzó en armas en 1927 en rechazo a la intervención armada de los Estados Unidos, cuya marina de guerra había ocupado el país casi de manera continua desde 1909, imponiendo al país gobiernos títeres, préstamos financieros leoninos y tratados onerosos, como el tratado Chamorro-Bryan de 1914 para la construcción del canal interoceánico, un acto de despojo territorial que Ortega repitió en 2013 al firmar con el aventurero chino Wang Ying un tratado similar.

Usar la efeméride del asesinato de Sandino ordenado por Anastasio Somoza, el fundador de la dinastía, para justificar una intervención imperialista como la que Rusia ha perpetrado en contra de Ucrania, es volverlo a asesinar.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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