Sergio Ramírez
Leyendo el libro Dios es peruano de Daniel Titinger, me he vuelto a encontrar con la palabra calato, que en la tierra de la Inca Cola significa hallarse desnudo. El perro mudo y pelón que los conquistadores encontraron al llegar a América, y que era comestible, existe aún en el Perú, y como carece de pelambre, es decir, es un perro desnudo, se le llama perro calato, como sería un calato quien va por las calles con sus vergüenzas al aire, por el gusto, por el afán de comodidad, o a lo mejor por efectos de la embriaguez.
En Nicaragua, donde desapareció hace siglos víctima de la codicia culinaria, el perro sin pelo se llamaba xoloitzcuintle, conocido mejor como xulo. Es una palabra del náhuatl, que fue la lingua franca en toda Mesoamérica bajo el imperio azteca, y que ahora se pronuncia chulo. En El Salvador, parte del mismo territorio lingüístico, estar desnudo es estar chulón. Si un desnudo es el retrato de una mujer desnuda, un chulón o un calato sería, por tanto, el retrato de una mujer chulona o una mujer calata.
Para que vean las maravillas que puede hacer contra los nefandos nacionalismos excluyentes y sectarios un perro despelado, o sea, un perro en bolas, o en pelotas, en traje de Adán, o como su madre lo echó al mundo. Ser calato en el Perú y chulo en Nicaragua, pero siempre el mismo perro mudo y desnudo.