
Sergio Ramírez
Hoy, los papeles se han trocado de manera dramática en Nicaragua, y de la gesta revolucionaria, que es la que precisamente los Mejía Godoy iluminan en sus canciones, sólo quedan las bambalinas y los telones desgarrados, el escenario comido por la polilla. Los muertos que fueron a morir por aquella causa despertarían hoy asombrados de lo que es el nuevo escenario de poder, que representa todo lo contrario de lo que aquellas canciones exaltan.
Y sobre esas canciones, lo que se quiere imponer es el viejo sello ya sin tinta de lo colectivo: esperanza colectiva, creación colectiva, dolor colectivo, triunfo colectivo, toda una fantasmagoría que se agita en contorsiones patéticas, desprovistas sus figuras de sustancia, y de sentido ético. La épica de los héroes vuelta comedia de esperpentos, y que si en algún lugar permanece íntegra es en la música de Carlos y Luis Enrique.
Este concepto de que el pueblo, visto en la abstracción como una totalidad unánime se encarna en el partido total, lo dice sin ocultamientos la señora Murillo: "el canto de Carlos, a pesar de él mismo, seguirá siendo del Frente. Del Frente Sandinista que hizo la Revolución, y que desde esa lucha mítica, los inspiró y dictó. Del Frente Sandinista, que seguirá, además, revolucionando la historia".
Razones más que suficientes que se da el poder arbitrario para confiscar el patrimonio creativo de unos artistas, en nombre de un partido al que se da el papel imposible de dueño de la historia, y el más imposible aún de seguirla revolucionando.