Sergio Ramírez
Hablando con amigos de tendencias opuestas, uno puede sentir el peso de la polarización que ganó su clímax con el golpe de estado de 2009. Como la Constitución Política prohíbe la reelección, lo que inhibe al ex presidente Zelaya, el Movimiento de resistencia Progresista, dividido en cuatro corrientes, se ha puesto de acuerdo en llevar como candidata a su esposa, Xiomara Castro de Zelaya. Más polarización. «No les quepa duda a los enemigos del pueblo que vamos por la refundación de Honduras», ha declarado, lo que significa, entre otras cosas, llamar a una Asamblea Constituyente.
Pero más allá de las disensiones y los diferendos políticos, el país está consciente de que la violencia generalizada e indiscriminada afecta a todos, y la inseguridad ciudadana se ha vuelto un factor aglutinante porque altera la vida social. Muchas vidas, como en el caso de la rectora Castellanos, han quedado marcadas para siempre por el dolor que la tragedia ha traído a sus hogares, pero no por eso la gente se resigna a que todo debe seguir igual. Este fin de semana, miles salieron a las calles de Tegucigalpa, y a las de otras ciudades de Honduras, a reclamar el fin de la violencia. Y ésta es una ola que ya no se detendrá.