Sergio Ramírez
En los textos de los despachos cablegráficos, escritos por los cronistas modernistas, dominan los párrafos cortos porque debían atenerse a la brevedad, lejos de las largas tiradas elípticas y floridas que heredamos de los cronistas coloniales.
La mano sigue escribiéndolos, pero el instrumento que los transmite impone la brevedad, y la celeridad. No pierden su calidad literaria, sino que cambia la naturaleza de la calidad literaria. Advertimos el pespunteo nervioso que impone el telégrafo, ecos de la clave Morse de puntos y rayas, la velocidad y el nerviosismo de la modernidad. Hemingway, corresponsal de guerra en la I Guerra Mundial, también creó así su estilo telegráfico. El twitter está creando ahora otro estilo de prosa, que se acerca al viejo haiku japonés, y al epigrama de Catulo.
Nuestros cronistas del modernismo fundaron esa tradición en la que se insertaron Tomás Eloy Martínez y Carlos Monsiváis, maestros de la crónica urbana, y maestros también del irreverente juicio a la historia presente y sus personajes, porque también hay que desentrañaran el mito, bajar a las estatuas de sus pedestales, y hacerlas andar por la calle.
Una tradición, ésta de la crónica, iluminada por Gabriel García Márquez, cronista mayor de Indias, de modo que podemos trazar ese arco mágico que va de Rubén Darío hasta él. A Ambos, su abuelo los llevó un día de la mano a conocer el hielo.