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Un bonzo en la corte del emperador Augusto

Por 7 de noviembre de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

En el último año del reinado de Augusto, se presentó en Roma una embajada enviada desde la India. La comitiva estaba originalmente formada por un séquito numeroso, del que solo sobrevivieron tres personas, a causa de la lejanía y las dificultades del camino. Portaban consigo una carta escrita en griego sobre una piel. El autor era el rey Porus, soberano a su vez de otros seiscientos reyes, lo que no le impedía apreciar sobremanera la amistad de Augusto, hasta el punto de permitirle y hasta invitarle al tránsito por su lejano país, a través de la región que quisiera, y de ofrecerle su ayuda y colaboración para cualquier empresa imperial.
 
Según narra Estrabón en su Geografía (XV, I, 73), los regalos traídos por la embajada fueron presentados en la corte por ocho sirvientes desnudos y perfumados, excepto una faja alrededor de sus cinturas. Los presentes consistían en un Hermes, o sea, un hombre que nació sin brazos, el cual asegura Estrabón haber visto personalmente, unas serpientes gigantescas, una de ellas de diez codos de larga, una tortuga de río de tres codos, y una perdiz enorme, más grande que un buitre.
Acompañaba a los dones uno de los supervivientes del largo viaje quien, para asombro de los distinguidos circunstantes, se quemó ante ellos hasta morir. Explica Estrabón que tal es el caso de las personas que buscan escapar de las calamidades de su existencia y también el de otras que, aún hallándose en circunstancias prósperas, deciden partir. Así fue el caso de aquel que se quemó para celebrar el trabajoso éxito de su travesía, no fuera a sucederle alguna desgracia a última hora por seguir viviendo, que nunca se sabe. Así que, desnudo excepto la faja en torno a la cintura, ungido y sonriente, se arrojó a la pira. Sobre su tumba, se puso esta inscripción: “Zarmanoquegas, un indio, natural de Bargosa, que se inmortalizó, según la costumbre de su país, yace aquí”.
 
Si nos fijamos en el supuesto nombre del quemado, vemos que se trata de una transcripción emparentada con “Samanaioi” la forma de la lengua indoaria pali que designa a los budistas y aparece por primera vez en Clemente de Alejandría, forma quizá tomada a su vez de Alejandro Polyhistor, quien floreció o al menos hizo lo que pudo entre el 80 y el 60 a. C.
 
Clemente, en efecto, habla en su Stromata (I, XV, 72) de ciertos filósofos “Sarmanai”, llamados “Hylobioi”, o sea, “eremitas del bosque”, que comen raíces, visten cortezas de árbol y beben agua en la mano. Los compara con los encratitas, que estuvieron en boga por entonces y condenaban el matrimonio y la procreación. También Estrabón menciona en otro pasaje de su Geografía (XV, I, 60) a los “Garmanas” (quizá errata por “Sarmanas”) de los cuales los más honorables son eremitas del bosque (“Hylobioi”) que subsisten de frutos silvestres, se visten con cortezas de árboles, e ignoran el vino y las delicias del amor. Los reyes les envían mensajeros para interrogarles sobre las causas y naturaleza de la cosas, y para suplicar a la divinidad.
 
No parece temerario conjeturar que el quemado ante Augusto y sus romanos era un budista, un bonzo que fue a lo suyo. Se puede decir que él mismo era un don, y que no murió por su propia gloria, sino por los otros, para dar noticia de las maravillas de su país, tenemos, oh Augusto, hombres nacidos sin brazos, serpientes, tortugas y perdices descomunales, y bonzos combustibles.

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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