Sergio Ramírez
Estos dioses de opereta, a pesar de sus poderes omniscientes no son capaces de enterarse de su propia decrepitud, ni saben escuchar los cuchicheos que se multiplican tras puertas y paredes y que luego se convierten en alaridos de rabia y de rechazo cuando se llena las plazas.
Un dios recostado en una blanda nube, en un cielo azul y sereno sin inquietudes ni tormentas. Tras hallarse en la lista internacional de los terroristas más buscados, se había reconciliado con occidente, que le perdonó la explosión del avión de la Panamerican en vuelo sobre Escocia en 1988, responsabilidad suya, como lo ha reconocido su propio ministro de Justicia, Abdel Jeleil, que ahora ha dimitido.
Las llaves del petróleo y del gas las tenía abiertas hacia el otro lado del Mediterráneo. Reyes y jefes de estado lo recibían con pompa. Su megalomanía y sus excentricidades eran pasadas por alto. Sus cuentas rebosaban los bancos en Estados Unidos y Europa.
¿Por qué ahora? ¿Por qué a mí?, debe preguntarse. Y lo peor es que, declarado apóstata por los teólogos islámicos, no puede aspirar al título sagrado de shaheed (mártir), y por tanto la está negado el paraíso. Un dios sin paraíso. Vaya contradicción tan extravagante.