Sergio Ramírez
En mayo del año pasado, el abogado Rodrigo Rosenberg fue asesinado en la calle por sicarios, un hecho para nada raro en el paisaje diario de Guatemala. Pero de inmediato comenzó a circular un video con un patético mensaje grabado de antemano, donde la propia víctima acusaba al presidente Colom y a su esposa de ser los responsables del crimen. Una verdadera bomba política que desestabilizó al país y amenazaba con llevarse en la sacudida al presidente. ¿Quién podría desdecir el testimonio de un muerto, señalando a sus victimarios?
En el clima de mutua desconfianza, y en medio del desprestigio de los llamados a señalar culpables y a ejercer la justicia, sólo Castresana pudo desmontar la bomba y hacer que todo el mundo diera crédito a lo que la Comisión logró averiguar en sus pesquisas: nada menos que el propio abogado Rosenberg había urdido una conspiración para mandarse a asesinar a sí mismo, contratando a los pistoleros por medio de cómplices suyos. Una trama de Agatha Christie, con un final de George Simenon: Castresana venía a resultar un valiente e íntegro inspector Maigret, cuya palabra no podía ser puesta en duda.
Castresana salvó al gobierno del presidente Colom de una bancarrota política, y salvó a las instituciones de su caída en picada. Pero ya se había ganado enemigos suficientes en la sombras, que con toda eficiencia conspiraban para quitárselo de encima, sembrando calumnias en sus contra, por medio de una campaña bien pagada.