Sergio Ramírez
Y así, todo proveído en los autos judiciales respectivos, el culpable se sentó frente al equipo de sonido, instalado en uno de los salones del tribunal, dispuesto a empezar la primera sesión para descontar su castigo. Supongo que no fue asegurado con correas, como los condenados a la silla eléctrica.
Hay que reconocer que la jueza, piadosa, no le impuso los mismos escandalosos decibeles con los que Vactor agredía a los vecinos pacíficos de Champaign, y decretó, en cambio, que le fuera administrado un volumen más suave. Siempre hay algo de piedad aún en las condenas más duras, por parte de quienes las aplican con sentido de la rectitud y la buena justicia, y éste era el caso de la señora Fornof-Lippencott, ya se sabe, madre y maestra al fin y al cabo.
Primero, Juan Sebastián Bach. Tocata y Fuga en Re Menor. Al final, muy al final del programa, quedaba el anillo de los Nibelungos, de Richard Wagner; pero pensar en aquella meta, por el momento, era ir demasiado lejos. Para completar un maratón se necesita correr 42 kilómetros con 195 metros, y Vactor apenas se estaba colocando, solitario, en la posición de salida. El fiador judicial puso el disco en el aparato, algo que estaba entre sus obligaciones legales, y la sala se llenó entonces de los insistentes acordes del armonio, una cascada fantasmal que parecía caer por todas las paredes en cortinas incesantes, agua sonora desbordada que empezaba a inundar el recinto.