Sergio Ramírez
No hay en Nicaragua tal programa oficial en beneficio de los pobres, cuyo número sigue más bien creciendo, mientras los recursos del petróleo venezolano se pierden en vericuetos demagógicos y corruptos. En una reciente encuesta de opinión, el sesenta por ciento de la gente afirma que el gobierno de Ortega no es un gobierno de los pobres, ni está haciendo nada por ellos. Y la antigua senadora socialista del PSOE, Elena Flores, con motivo de una reciente visita a Nicaragua, declaró que lejos de haber una revolución en el país, lo que hay es una contrarrevolución. Contra los pobres, y contra la democracia.
El proceso de participación necesario para devolver a Nicaragua al carril de la democracia tiene que ser común y nadie deberá ser excluido por ser de derecha o por ser de izquierda. Es lo que pasa siempre que se lleva adelante un verdadero proceso de transición.
En medio de las fragilidades y contradicciones que todo proceso de esta naturaleza tiene, el avance que se ha logrado es que todas las fuerzas democráticas se involucren, como se vio en la última demostración popular en las calles, cuando predominaron de manera abrumadora las banderas del país, y no las de los partidos políticos.
Los diputados socialistas europeos deberían venir a verlo, porque igual que se abstuvieron en la votación parlamentaria en Estrasburgo, también se han abstenido de presentarse en el terreno de los hechos para saber realmente lo que está ocurriendo en Nicaragua. Sería oportuno lo que hicieran.