Vicente Molina Foix
Es inútil que los que no tenemos niños, ni abeto en casa, ni creencias, nos rebelemos contra el ruido que hace la Navidad. Tiene una justificación bíblica. Si nos fijamos bien, las dos estampas más perdurables de la natividad de Jesús son la compañía que le dan en el pesebre, junto a sus padres, la mula y el buey, mugiendo y rebuznando de dicha, y la llegada de los Reyes Magos, que con tanto séquito y tanto animal de carga debieron de montar un gran belén ante el portal. Resignación, pues, amigos, si suenan las zambombas, las voces ebrias de las comidas de empresa (las que no hayan cerrado o economizado) y los gritos de los patinadores al darse un porrazo, ahora que el municipio, al menos el de Madrid, ha puesto en el centro urbano pistas de hielo.
Yo reivindico aquí, pese a todo, un sonido navideño que no puede ser más tradicional y hasta ñoño: el villancico. No estoy seguro de que las familias los sigan cantando en la intimidad, aunque me han dicho que se hacen concursos (como los de belenes) y que en las noches más señaladas de estas fiestas se pueden oír, más o menos desafinados, en las calles de algunos pueblos celosos de sus costumbres. En cualquier caso, he pasado los últimos días oyendo villancicos, y les aseguro que ha sido una experiencia estética de lo más emocionante. Se trata de un disco, y en él todo se une para hacerlo memorable, además de altamente recomendable. Por un lado está la calidad de las piezas, que luego comentaré brevemente. Y por otro la altura del empeño, pues significa la recuperación discográfica de un maestro del Renacimiento español, Joseph Ruiz Samaniego, hasta ahora sólo vagamente conocido por los estudiosos, que sólo sabían de él que fue un hombre de mal talante nacido en un lugar ignoto y activo en la provincia de Zaragoza, entre Tarazona y la capital, desde aproximadamente 1653 hasta la fecha certificada de su muerte en 1670.
El disco se titula ‘La vida es sueño…’ y ha sido editado por el prestigioso sello francés Alpha 153, que distribuye en España Diverdi. Los intérpretes, excelentes, son los llamados ‘Músicos de su alteza’, una agrupación española que dirige Luis Antonio González, especialista en músicas antiguas. Las diez obras grabadas de Ruiz Samaniego lo revelan como un maestro de la polifonía que nada tiene que envidiar a los grandes compositores contemporáneos activos en Venecia, París o la Inglaterra isabelina, ni tampoco a predecesores hispanos de la talla de Victoria y Guerrero. Oímos una música de ocasión (varias de las composiciones fueron escritas para las festividades de la Virgen del Pilar, y una de las más hermosas, ‘De esplendor se doran los aires’, deja entrever un fondo melódico de jota aragonesa) constantemente inventiva y, siendo religiosa en su mayoría, llena de vivacidad; conviene recordar, a ese respecto, que la palabra villancico es de la misma familia que el término ‘villanesca’, definido por Diego de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana de 1611 como "canciones que suelen cantar los villanos cuando están en solaz". Un villano en el siglo XVII era un aldeano, y hoy es un malo. No hay que ser ni lo uno ni lo otro para disfrutar en la siempre estridente navidad los maravillosos cantares de este redescubierto Ruiz Samaniego.