Sergio Ramírez
¿Lunares apenas en el rostro limpio de la democracia los golpes de Cédras y de Chávez? Ahora tenemos otro, el primero del siglo veintiuno, el del general Romeo Vásquez, Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Honduras, en contra del presidente Manuel Zelaya Rosales, casi al final de su mandato, un golpe contra el que ha protestado de manera vehemente el propio Chávez. El general Vásquez no se quedó en la silla presidencial, pero sin duda es el árbitro del poder. Y ese papel de árbitros del poder es el que, según la fábula, los militares habían perdido para siempre, de regreso en la neutralidad apolítica de sus cuarteles.
El golpe contra Zelaya siguió las reglas clásicas, ya se sabe que fue sacado de su cama y enviado al exilio en pijamas, según el general Vásquez por razones de seguridad nacional, pues si los militares lo dejaban preso en Honduras, amenazaba la violencia. Cuando al general Vásquez, que es devoto de Jesús de la Buena Esperanza y lee libros de autoayuda, le preguntan si aspira en el futuro a ocupar la presidencia, se ríe, y dice que en esta vida todo es posible.
El asunto está en que el golpe de Honduras sigue abriendo las costuras de una herida que ya creíamos cerrada, y otra vez en este siglo, como en el pasado, los militares vuelven a arrogarse la potestad de decidir cuándo la democracia ha fallado, o cuando se vuelve peligrosa, y amerita así su intervención bienhechora.
Es un funesto precedente frente hay que poner la barba en remojo. ¿Qué garantías tenemos ahora de que los militares de verdad se convirtieron al credo democrático, y no oiremos sonar el próximo pistoletazo, porque no les gusta lo que está haciendo el gobierno civil electo por los ciudadanos, sea de izquierda, o de derecha?