Sergio Ramírez
He pensado en la ambición mesiánica de poder ahora que se plantea, en apariencia ya de manera irreversible, la reelección por segunda vez del presidente Álvaro Uribe, fin para el cual se está moviendo toda la maquinaria institucional de Colombia. Un triple mandato que no se repite desde los tiempos del presidente conservador Rafael Núñez, quien pudo concentrar en sus manos todo el poder que entonces era posible.
Electo por primera vez en el año 2002, el presidente Uribe hizo pasar ya a la Constitución Política de Colombia por una reforma que le permitió la primera reelección, y ahora lleva adelante otra, mediante el complejo proceso de dictámenes de la Corte Constitucional, de la Corte Suprema de Justicia y votaciones en ambas cámaras del poder legislativo, para hacer posible un tercer mandato. Todo el poder el estado ha sido puesto al servicio de esta causa, un esfuerzo que merecería mejores motivos.
Y sucede entonces lo que es inevitable. Que comienzan a alzarse rumores de corrupción, de compra de votos entre los diputados y senadores, de violencias en contra de la libre voluntad de quienes están llamados por la ley a decidir. El dirigente del Partido Liberal, adverso a Uribe, Rafael Pardo, aspirante él mismo a la presidencia, ha denunciado que se están invirtiendo más de cien millones de dólares en la compra de votos legislativos para allanar el camino a la reelección.