Sergio Ramírez
Los mismo pasa a la hora de hablar de la revolución que estalló en 1910 para poner fin a la dictadura de Porfirio Díaz. Sólo quedan dos nombres en la memoria y en la imaginación popular, y que han tenido que ser aceptados como cabezas visibles de los fastos oficiales del centenario: Emiliano Zapata y Pancho Villa.
Zapata, que se levanta en el sur de México al grito de guerra de "la tierra es para quien la trabaja", nunca pudo ponerse de acuerdo con el poder, ni siquiera con el presidente Francisco Madero cuando la dictadura porfirista fue derrocada, y se negó a entregar sus armas mientras la tierra arrebatada a los campesinos por los latifundistas no les fuera devuelta. Madero lo llamó a parlamentar en el palacio presidencial y le ofreció una hacienda en pago a sus servicios a la patria. Su respuesta fue: "no, señor Madero…yo me levanté en armas para que al pueblo de Morelos le sea devuelto lo que le fue robado. Entonces pues, señor Madero, o nos cumple usted, a mí y al estado de Morelos lo que nos prometió, o a usted y a mí nos lleva la chingada…".
Después del asesinato de Madero por mandato de Victoriano Huerta, siguió adelante su lucha, y bajo el gobierno de Venustiano Carranza fue muerto a traición en una emboscada en 1919, en la hacienda Chinameca, de Morelos. Es cuando entra para siempre en la memoria colectiva, y en la leyenda y en los corridos, como habrá de ocurrir también con Pancho Villa, el otro héroe popular, jefe de la División del Norte, que cayó asesinado en otra emboscada en Hidalgo del Parral, estado de Chihuahua, en 1923, por órdenes del general Álvaro Obregón, que lo había combatido a él, y había combatido también a Zapata.