Lluís Bassets
Aquel ser que está en todas partes, e incluso nos escucha y nos ve permanentemente, hasta escrutar nuestros deseos y nuestros pensamientos, está regresando al mundo real después de un largo eclipse. El impulso que le exilió de nuestras vidas, las ciencias positivas, es el mismo que ahora está convirtiendo su reconstrucción en una utopía que empieza a adquirir visos de realidad. Tras la Muerte de Dios, fruto de la Ilustración, llega la reconstrucción de dios, pero de la mano del hombre, en forma de Gran Hermano global.
Las videocámaras que proliferan como los virus, las intercepciones telefónicas, el control informático y la fragilidad de los mensajes y documentos que utilizan empresas, instituciones e individuos nos sitúan de nuevo en la posición del niño asustado ante la divinidad omnisciente, predispuesto a investirse con el complejo de culpa para toda la vida. Todo lo que hagas y digas podrá ser revelado y tenido en cuenta en tu contra en algún momento.
Afortunadamente no hay todavía tecnología que permita un acceso directo a los cerebros ajenos y permita penetrar también en pensamientos y deseos de quienes prefieren reservárselos para ellos mismos. Pero hay que tener en cuenta que son muchos, millones, los que los vuelcan sin rebozo, junto a sus imágenes privadas e íntimas, en las redes sociales (facebook, twitter?), sin tener en cuenta que alguien, algún día, los convertirá en la lista de sus pecados.
Esto afecta especialmente a algunos oficios: diplomáticos, políticos, militares, funcionarios, periodistas también. Es obligada en todas estas profesiones una nueva cultura de la discreción, para evitar que nos triture este ser omnisciente que estamos creando y que escapa a nuestro dominio. Quienes le rendimos culto como el dios liberal de la transparencia no debemos olvidar en ningún momento que también puede convertirse en el Gran Hermano, el dios totalitario del control permanente sobre los ciudadanos.
Pero, sobre todo, no debemos confundir a este dios que cada vez sabe más sobre todos nosotros con las grietas por las que se filtran las informaciones que guarda. El escándalo no son las filtraciones de Wikileaks, sino que todo lo que digamos o escribamos pueda ser comunicado, repertoriado, guardado y, claro está, finalmente filtrado y publicado.