Iván Thays
Constantino Bertolo
El editor español Constantino Bértolo estuvo en Santiago de Chile como jurado del concurso Paula. Crítico literario y editor a su vez (dirigió Debate en sus inicios) dice con conocimiento de causa: ?el editor es un crítico con poder ejecutivo?. Hoy está al frente de un nuevo proyecto: Caballo de Troya.
Cuando se le pregunta por los tres chilenos que ha publicado (Guzmán, Gumucio y Lillo) decide referirse al espinoso tema de las literaturas nacionales: ?Guzmán escribe desde la tradición de lo que se llamaban las literaturas nacionales. Cuando existían las naciones, no hace mucho. Gumucio empezó escribiendo con conciencia de la sociedad a la que pertenece. Lillo podría ser perfectamente peruano, boliviano, venezolano. Hay un desprendimiento, que se da en todos lados, del espacio en que se constituye la literatura?
Aquí otras preguntas de Pedro Pablo Guerrero en la Revista de Libros de ?El Mercurio?:
-¿Son incompatibles la crítica literaria y el trabajo editorial?
-Yo no los veo compatibles. Creo que la crítica descansa en la credibilidad. Por la misma razón , me parece mal que un autor que publica en una editorial haga la crítica de un autor de esa misma editorial. O que un editor se edite a sí mismo. A lo mejor me estoy volviendo una reliquia, pero hay ciertas fronteras que no se deberían pasar.
-¿Editar es una forma de hacer crítica?
-No exactamente, pero un editor de alguna forma es un crítico con poder ejecutivo. Lo que luego se va a encontrar es que a él también lo ejecutan. Hay más poderes ejecutivos sobre él. A mí me ha tocado vivir los restos del mundo editorial clásico, con editores que eran auténticos directores de orquesta, y un trabajo que requería manejar muchos hilos. Los editores han ido perdiendo competencias, al final todos bailamos alrededor del departamento de marketing.
-¿Por qué llamó a su nuevo proyecto Caballo de Troya?
-Yo le añadí un lema que dice: para entrar o salir de la ciudad sitiada. Con un guiño de homenaje a La ciudad letrada de Ángel Rama. Es una definición de mi propia línea, dando por sentado que esa ciudad estaba sitiada por el mercado. Aunque con el tiempo he visto que es una forma de asedio muy curiosa, en la que ocurren osmosis y las fronteras no son tan rígidas.
-¿Ha tenido oportunidad de leer a otros chilenos?
-Tenía muchísima curiosidad de venir como jurado al premio Paula, porque iba a leer los sesenta cuentos finalistas. Es una especie de radiografía, no sé si muy cabal, de la escritura de gente que está empezando y del mundo en que se está moviendo. Y, bueno, si tuviera que concluir algo diría que Chile es una especie de colonia de California, en la parte vital. La gente vive como en los cuentos de Cheever. La incomunicación, el sálvese quien pueda, el egoísmo. Son historias de esto que llaman globalización. Yo prefiero llamarlo imperialismo.
-Se habla de un mayor interés por los autores latinoamericanos. ¿Lo atribuye al efecto Bolaño?
-Bueno, eso es algo que se dice para quedar bien. Si fuera un poco cínico diría que es el efecto Zoé Valdés. Nadie quiere recordarlo, pero luego de ella vinieron otros autores vendiendo sexo y anticastrismo. Bolaño no llegó a vender nada. Y por eso tiene el respeto que se merece.
-¿Se está armando un nuevo boom, como piensan algunos?
-No, pero es un buen momento para los autores latinoamericanos. Lo sorprendente es todavía esta necesidad que tienen de ser homologados por el mercado español. No les gusta que se lo digan, se rebelan, pero en la práctica veo todavía un peaje terrible, que se acabará el día que el peaje esté en Miami. Cuando la generación de hispanoparlantes emigrados a Estados Unidos deje de avergonzarse de su lengua, y la nueva generación quiera recuperar señas de identidad, Miami acabará siendo el centro editorial hispano.