Sergio Ramírez
Estamos, por desgracia, en una etapa de nuestra historia cuando los cambios constitucionales, que pretextan reformar las estructuras políticas para volverlas más abiertas, pasando de la democracia representativa a la democracia participativa, llevan consigo necesariamente la prolongación de la estancia en el poder de los mismos presidentes que promueven esas reformas, una prolongación que se vuelve indefinida. Es como decirles a los pueblos que la pretendida modernidad constitucional lleva siempre al cuello la rueda de molino de la tiranía. Porque no hay prolongación de poder a largo plazo que no termine sacrificando la libertad.
Es la presencia indefinida del caudillo la que corrompe las aguas de la democracia, cualquiera que sea el contexto ideológico en que se den las prolongaciones del mandato presidencial, forzadas por medio de reformas constitucionales. ¿Por qué no puede haber proyectos políticos que representen cambios justos de fondo, apertura de las estructuras institucionales, ampliación de los espacios de participación ciudadana, y que al mismo tiempo aseguren la alternabilidad en el poder?
Es la ambición mesiánica de poder la que hace al caudillo buscar como quedarse a toda costa, sea de izquierda o de derecha, crea en el populismo benefactor, o en el orden público y en la seguridad nacional, sea en un contexto de paz o en otro de guerra. Es su idea obsesiva de que sin su presencia en la presidencia, el proyecto que él representa se verá frustrado, porque nadie más tendrá la habilidad, o las agallas para llevarlo adelante.