Sergio Ramírez
Según la hagiografía oficial, Kim Jong-Il vio la luz en el monte Paektu, precisamente el mítico lugar donde se sitúa el milenario surgimiento del reino de Corea, y su nacimiento fue anunciado por una golondrina, mientras en los cielos aparecía una nueva estrella, y un doble arcoíris se abría frente a los sabios ojos del niño. Nació en una rústica cabaña guerrillera, pues su padre dirigía entonces a las fuerzas de resistencia contra la ocupación japonesa, y no sería nada extraño que hubiera tenido por cuna un pesebre. El único pequeño detalle que altera el mito, es que el infante predestinado a la gloria, y a los altares, nació realmente en la Unión Soviética, donde su padre estaba entonces exiliado.
Ahora su ascenso a los cielos ha sido marcado también por señales divinas. Como es el tiempo en que el crudo invierno desata sus peores furias sobre Corea, a la hora de su muerte se detuvo la tormenta de nieve que azotaba el sagrado monte Paektu, doblemente sagrado pues a través de la historia de los siglos vio nacer un reino y al heredero de ese reino. Entonces, al cesar la tempestad, el cielo ya completamente radiante se encendió de rojo.
En Hamhung, a la hora en que el Líder Supremo expiraba a bordo de un tren, una grulla de Manchuria, entre graznidos lastimeros, voló en círculos desesperados alrededor de la gigantesca estatua de Kim Il-Sung, luego se posó en un árbol, inclinó la cabeza en señal de profundo respeto, y reemprendió su vuelo. Fue allí en Hamhung, precisamente, donde el Líder Eterno puso en ejecución uno de sus grandes inventos, pues también era científico: una fábrica que producía hilo para fabricar ropa, sacado de las piedras.