Sergio Ramírez
Pero la vida no está fuera de la literatura, sino en su verdadera raíz, y por tanto es imposible separarlas. Hay poetas que llevan vidas apacibles, y son merecedores, y otros que han bajado a la calle a encontrarse con sus desafíos, y son igualmente merecedores. La vida de Ernesto ha sido compleja y agitada desde su juventud, marcada por eso que antes solíamos llamar con todas sus letras el compromiso, palabra que parece ahora tan desgastada por los vientos del egoísmo y el olvido de que el mundo sigue tan lleno de injusticias como antes.
Ernesto fue un conspirador desde su temprana juventud, cuando participó en la rebelión del 4 de abril de 1954 contra la dictadura del viejo Somoza, fundador de la dinastía que gobernó a Nicaragua por casi medio siglo, ocasión en que la mayor parte de los conspiradores terminaron muertos en las cámaras de tortura y fusilados y enterrados en tumbas sin nombre, entre ellos Adolfo Báez Bone, compañero suyo de colegio, a quien dedicó este Epitafio memorable: te mataron y no/nos dijeron donde/enterraron tu cuerpo/pero desde entonces/todo el territorio/es tu sepulcro/o más bien;/en cada palmo/ del territorio nacional/en que/no está tu cuerpo/tú resucitaste…