
Sergio Ramírez
Las historias de payasos no son nunca felices. Gracias a la literatura, siempre tendemos a ver detrás de los rostros pintarrajeados una tragedia escondida, y compadecemos el sino de los payasos que se ganan la vida haciendo reír a los demás, mientras dentro de ellos alientan la tragedia y el dolor. Ésa, es al menos la propuesta literaria, en el entendido de que, a lo mejor, existen de verdad payasos dichosos, y no como los de la ópera Payaso, de Leoncavallo, o Garrik, "el más gracioso de la tierra", el cómico del poema Reír llorando de Juan de Dios Peza que se sabían todos los declamadores, cuando declamar era de costumbre en las veladas.
Pero ya sabemos que la vida y la literatura se copian mutuamente. El payaso salvadoreño Piecito, de 33 años de edad, cuyo nombre verdadero era Geovanni Guzmán, originario del poblado de Cojutepeque, fue asesinado a tiros a las 10 de la mañana del jueves 13 de noviembre del año pasado en la 3era calle Oriente de San Salvador, cerca del parque San José. El hechor interceptó al payaso mientras caminaba por la acera, y sin mediar palabra le disparó para luego darse a la fuga. No hubo testigos del hecho.
La policía declaró que aunque no había podido determinar aún el móvil, atribuía mientras tanto el asesinato a "motivos personales". ¿Qué quiere decir esto de "motivos personales"? Un mar de fondo revuelto, un mar de motivos. Traiciones de amor, celos, venganzas. Otra vez, los entretelones de la ópera de Leoncavallo.