Sergio Ramírez
Por mucho tiempo pensé que Corín Tellado era una marca comercial, igual al Charles Atlas de mi adolescencia, que anunciaba en la contraportada de las revistas de historietas su método de tensión dinámica para dejar de ser uno un alfeñique y convertirse en un atleta musculoso, admiración de las mujeres. Pero no es así. Corín Tellado, una escritora de carne y hueso, acaba de morir en Gijón a los 83 años de edad.
Es la noticia de su muerte la que me saca del error de haber imaginado que no existía. Siempre imaginé qué no había otra manera de cumplir un portento semejante, escribir 3 novelas por semana, año tras año, con lo que Balzac se queda en un niño de pecho, que mediante el empleo de al menos una docena de escritoras de aspecto respetable, trabajando como si fueran costureras de un taller donde todo el mundo debe apurarse en acabar los repulgues de las prendas encargadas, para abastecer a tiempo a un amplio mercado de lectoras de folletos, y revistas de modas y del corazón.
Negros, como se llamaba a los escritores anónimos en tiempo de Alejandro Dumas, que los empleaba en su propio taller de escritura para acometer ciertas partes de sus voluminosas novelas que no necesitaban de su personal intervención divina. Es lo mismo que hacía don Francisco de Goya y Lucientes, que pintaba el mismo las manos, lo más difícil del cuerpo humano, y dejaba a sus negros los caballos, y los cielos.