Sergio Ramírez
Cada época trae sus propias adicciones, que tienen que ver con las tendencias y las obsesiones de la civilización en sus diferentes etapas. Los ritos secretos, solamente para iniciados, que se celebraban en Eleusis, en la antigua Grecia, y que se conocen como los misterios eleusinos, trasplantados luego a Roma, buscaban seducir a la diosa Deméter para que fecundara la tierra y prosperaran las cosechas de trigo y cebada. Y los celebrantes se entregaban al rito poseídos por los efectos del LSD, la droga alucinógena llamada entonces kykeon, y que provenía del cornezuelo, un hongo del tallo de la planta de la cebada, droga que, gracias al ayuno al que los suplicantes eran sometidos, multiplicaba sus efectos.
Luego surgió en tierras del oriente la adicción al opio, dueño del poder de provocar visiones, extraído de la planta de la adormidera, que suele confundirse con la amapola. El opio llevó a las dos guerras coloniales del mismo nombre en la China en el siglo diecinueve, en tiempos de la ocupación inglesa; el consumo masivo de opio, provocado por Inglaterra, se extendió a occidente, como se extendería después el de la morfina, extraída también de la adormidera, y usada como analgésico, y su derivado la heroína; así como más tarde el LSD y la marihuana, que pasaron a ser símbolos juveniles de rebeldía en la década de los sesenta del siglo pasado. Y ahora, el letal consumo de la cocaína, que ha sumido a América Latina en una de sus peores eras de violencia, y el de las drogas sintetizadas en los laboratorios, que amenazan ser la próxima plaga sin fronteras.