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Hola, Soledad

Por 15 de marzo de 2021 Sin comentarios

Sergio Ramírez

En Japón el gobierno ha creado un ministerio de la Soledad ante el crecimiento del número de suicidios a raíz de la pandemia. Pero, obviamente, el virus de la soledad ha estado en el aire que se respira en las grandes ciudades desde muchos antes; en 2018 se había establecido ya otro ministerio de la Soledad en Inglaterra, cuando nueve millones de personas declararon sentirse solas.

En España, un estudio reciente de la Universidad Pontificia Comillas deja ver que la soledad ha aumentado en un cincuenta por ciento. Y once por ciento de los encuestados confiesa sentir “soledad grave”, mientras sólo el cinco por ciento declara que ya tenía ese sentimiento desde antes de la pandemia.

En el mundo orwelliano de 1984, el Gran Hermano crea ministerios para asuntos subjetivos, pero que sirven para todo lo contrario de lo que sus nombres expresan:  el ministerio de la Paz organiza la guerra, el de la Verdad, difunde las mentiras, el del Amor ejecuta las torturas, y el de la Abundancia administra el racionamiento. En este caso, el ministerio de la Soledad se ocupa verdaderamente de los solitarios.

En la novela de Nathaniel West, Miss Lonely Heart, las almas desesperadas, mujeres sobre todo, escriben al columnista de una periódico en busca de alguna respuesta de consuelo. Pero ahora no se trata de club de corazones solitarios, sino de la intervención burocrática del estado en las vidas de las personas agobiadas por la desolación dentro de las cuatro paredes del encierro de sus casas.

A finales de la década de los años sesenta, cuando vivía en San José, Costa Rica, asistí a un festival de cortometrajes de directores jóvenes de Estados Unidos, y entre ellos recuerdo uno: una muchacha camina sola un atardecer por las calles de Nueva York, sin tener qué hacer ni con quién hablar, ve en un escaparate de una tienda de discos un vinilo que la atrae por el título, “Cómo ganar un amigo”, y lo compra; de vuelta en la estrechez de su apartamento se pone a oírlo.

 La voz masculina, entrenada para divertir a los solitarios, la saluda, le pregunta por su trabajo, por sus gustos; después la invita a aplaudir, y aplauden; a cantar, y cantan; y le pide que se acerque. Ella ríe, con pena, con cierto miedo; él le dice que no tema, que va a decirle algo privado, y el mensaje es: has ganado tu primer amigo. Al final, la voz amistosa que la ha hecho aplaudir, cantar y reír se traba en el último surco del disco y queda repitiendo fin fin fin fin. Si mal no recuerdo, el corto se llamaba Muchacha Solitaria.

En la década siguiente, en Berlín Occidental las noticias de la soledad me llegaron de otra manera: en el Tagesspiegel aparecían pequeñas notas acerca de los ancianos que morían confinados en sus apartamentos, lejos de sus familias. La policía se enteraba por el aviso de los vecinos de que la luz, en ese apartamento, no se apagaba. Entonces escribí un cuento que se llama Vallejo, donde imagino esas ventanas encendidas brillando como estrellas dispersas en los distintos barrios del inmenso mapa de Berlín, hasta formar toda una constelación.

Un ministerio de la Soledad debe, tener por fuerza, un organigrama; un ministro a la cabeza, un gabinete de dirección, mandos medios, burócratas, un sistema de detección de casos y de alertas. Legiones de sicoterapeutas entrenados para ofrecer antídotos contra la sensación asfixiante de aislamiento; en convencer a quienes se sienten atrapados en la ratonera que hay esperanzas de que el futuro no será la pantalla del ordenador frente a los ojos, las sesiones de zoom que se repiten en ese infinito juego de espejos donde lo plano se ha impuesto como la realidad, y empezamos a olvidar el mundo tridimensional donde había manos de las que asirse, brazos que abrazaban, rostros que acariciar.

La doctora Helena van Hoof, profesora de Psicología de la Salud en la Universidad de Vrije, en Bruselas, afirma que nos hallamos ante el «mayor experimento psicológico de la historia», que es el aislamiento social masivo por el que ha pasado al menos un tercio de los habitantes del planeta, obligados a cuarentenas, muchos una y otra vez, ante cada nueva alarma de rebrote del virus. El “estrés tóxico”, que ha afectado al menos a la mitad de la población mundial.

La soledad vista desde el otro lado de la soledad. En Managua, vivir confinado en un apartamento es una rareza bastante excéntrica, ya se ve por el fracaso del negocio inmobiliario de construir torres de viviendas en el centro urbano, que envejecen deshabitadas. Una ciudad horizontal, aún teñida por la cultura de la convivencia rural, de casas con patios divididos por cercos y setos por encima de los cuales los vecinos pueden sostener conversaciones, allí o en las tertulias en las aceras; y donde toda medida de prevención contra el virus, empezando por el aislamiento social, ha fracasado bajo el estímulo del gobierno mismo, que sigue incitando a la gente a salir a la calle y juntarse en ferias y procesiones despreciando las mascarillas.

Mas que un ministerio de la Soledad, les tocaría instituir un ministerio del Jolgorio, y otro de la Contaminación.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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