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Hermanas de leche

Por 16 de septiembre de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

La novela en América Latina ha dado cabida siempre a lo inverosímil que está en los hechos de la historia que por eso mismo nos llenan de perplejidad. Siempre nos hemos movido entre la sorpresa y el asombro, la exageración de lo real y la incredulidad ante lo verdadero, acostumbrados a la ver la historia como novela y la novela como sustituto de la historia, porque ambas parecen vivir en el mismo territorio dual de la imaginación, como hermanas de leche que son.

Es lo que deberíamos llamar la anormalidad constante. Si tantas veces no distinguimos entre hechos reales y hechos de la imaginación, es porque entre historia y novela se cree un tráfico de intercambios, y así, ambas se llegan a prestar sus instrumentos y sus procedimientos a la hora de narrar. Se supone que la literatura miente, y que la historia dice la verdad. ¿Pero quién miente a quién?

Hoy, cuando vivimos la historia a domicilio en las pantallas, nos agobia el exceso de información. Pero los hechos que se nos comunican de manera abrumadora no han ganado una calidad tan verificable como para ubicarse sin reparos en el terreno de la verdad. El relato de los hechos de la historia aparecerá siempre bajo un velo engañoso, extendido por la mano de intereses políticos, ideológicos, corporativos o religiosos. La novela, que ya se sabe que miente, gana crédito porque sabe seducir mejor.

La historia se ha escrito siempre a favor o en contra de alguien, y no pocas veces por comisión del propio interesado; sino recordemos a López de Gómara componiendo en Valladolid su Crónica de la conquista de la Nueva España bajo encargo de Hernán Cortés, quien buscaba recuperar su poder en México, y necesitaba ser exaltado como el héroe único de la conquista de Tenochtitlan. Por eso mismo es que Bernal Díaz del Castillo, cuando lee aquella crónica se siente ofendido porque alguien ajeno a los hechos se los está contando de manera mentirosa, a él, que fue soldado de a pie de Cortés.

Y entonces escribe su Historia Verdadera de la Conquista, que nos seduce como si fuera una novela. Hay en Bernal un afán de informar exhaustivamente, con precisión, como cuando nos da el número de soldados muertos en una batalla, y de ser posible la lista de sus nombres apellidos, oficios anteriores y edades.  A cada paso declara que quiere ser veraz, y a cada paso acusa a Gómara de mentiroso, porque exagera y se pone como testigo de lo que sus ojos nunca vieron.

Las novelas seguirán saliendo de la entraña de los hechos anómalos de la historia, y el siglo veintiuno nos entrega un repertorio de verdades que parecen imaginadas: las pandillas de las Maras en Centroamérica, que incendian autobuses con todos los pasajeros adentro; los cementerios clandestinos que se siguen llenando de cadáveres anónimos; los reyes de baraja del narcotráfico, y los caudillos de hoy día, que se sientan en retretes de oro y coronan reinas de belleza; los emigrantes perseguidos por las bandas de los Zetas en México, y que terminan dejando sus huesos en el desierto de Arizona; la corrupción, esa piel purulenta que viste al poder político, cualquiera que sea su signo ideológico.

La novela no funciona como texto sociológico, ni como alegato político. La novela es un texto sobre la vida, el horror, la locura y la muerte. Pero arrastra consigo la visión de la sociedad en la medida en que retrata las vidas de aquellos que sufren las consecuencias de esa anormalidad de la historia a la que no pueden escapar, y les impone exilio, separación, soledad y abandono.

La novela se abre paso en la textura del pasado reciente, el que apenas deja de ser presente, y en el presente mismo con toda su volatilidad, entre asuntos que siendo contemporáneos quedan a la vista en el registro cotidiano de las noticias; pero también acude a los asuntos escondidos en archivos olvidados, siempre en busca de la anormalidad, de los relieves exagerados de la historia, de su capacidad de causar asombro, sentimiento de injusticias no reparadas, e indignidades ocultas; y también entra en las galerías de personajes oscuros que el ojo del novelista es capaz de iluminar, héroes falsos a los que poner en evidencia, o héroes verdaderos relegados a los rincones desolados de la memoria.

Vieja pretensión de la novela, no sólo de parecerse a la realidad, sino de ser aún más deslumbrante que la realidad.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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