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Cuando despertó, Monterroso todavía estaba allí

Por 22 de noviembre de 2021 Sin comentarios

Sergio Ramírez

El mes de diciembre que entra se cumple el centenario del nacimiento de Augusto Monterroso, un escritor que seguirá despertando y siempre estará allí, como el famoso dinosaurio de su cuento de pocas líneas, obra maestra de la brevedad, del ingenio, y de la ligereza que tan caro era a Ítalo Calvino.

Un cuento de una sola línea, una sola coma y un solo punto que es, además, el único cuento que puede aprenderse entero de memoria, como muchos lo hemos aprendido, y que hoy cabría en la estricta medida de un tuit, con lo que Monterroso, mal que le pese, pasa a ser un adelantado de la postmodernidad.

Al primero a quien la solemnidad de este aniversario habría divertido es a él mismo, desconfiado siempre de la pompa del bronce y los laureles. Un humor sosegado, para nada estridente. Como era corto de estatura, decía que los bajitos tenían un sexto sentido para reconocerse entre ellos. Y se declaraba también embajador plenipotenciario de los Países Bajos.

Ya el hecho de que, en lugar de Augusto, su nombre de pila, lo llamaran Tito, era pasar del terreno de la majestad imperial, despojado a gusto de su título de emperador romano, al de un diminutivo que lo hacía sentirse confiado en sí mismo, maestro como fue de la brevedad también por regla literaria.

La brevedad no sólo en cuanto a la extensión de sus textos, sino en cuanto a su obra toda, que nunca llegó a ser abundante, debido a su recato frente a las palabras, y a los graves riesgos que para él entrañaban los textos excesivos. La regla de la rigurosa escasez. En esto se parecía a Bartleby, el escribiente solitario del cuento de Herman Melville, a quien, cuando se le quería confiar una nueva tarea de oficina, solía responder, tímida pero tozudamente: “preferiría no hacerlo”.

Como suele ocurrir con las accidentadas vidas centroamericanas, nació en Tegucigalpa, de padre guatemalteco y madre hondureña, venido de una parentela de gambusinos como los de las película del oeste, que colaban el oro recogido en la corriente de los ríos, tal como lo cuenta en su libro biográfico de 1993, Los buscadores de oro.

 Vivió su infancia y adolescencia en Guatemala bajo la dictadura de Jorge Ubico, y cuando este fue derrocado, respaldó de estudiante la revolución democrática que se inició en 1944 con el presidente Juan José Arévalo; salió al exilio tras la caída de Jacobo Arbenz en 1953, y vivió primero en Chile, para luego recalar en México, donde se quedó el resto de su vida.

Para Monterroso el breve, la escritura era también lo que no se escribía, lo que quedaba en el silencio. Balzac, el copioso, venía a ser todo lo contrario de su concepción, o escogencia, de la literatura, esa parquedad que se volvía una especie de pudor verbal; y a la vista de aquella cordillera de crestas que se repiten sin fin en el horizonte que es La comedia humana, Monterroso, frugal, exclama, lleno de graciosas ínfulas: “hoy he escrito una línea, hoy me siento un Balzac”.

En su cuento El zorro es más sabio, que cierra su libro La oveja negra y demás fábulas, escuchamos la historia del Zorro escritor a quien siempre pedían un nuevo libro, a pesar de que ya había publicado dos, aclamados por la crítica. “En realidad lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer”, pensaba el Zorro.

En el personaje del Zorro escritor, no pocos descubren al discreto Juan Rulfo, que se negó a escribir un tercer libro, o inventó que estaba escribiendo uno que se llamaría La Cordillera para que lo dejaran en paz, pero nunca lo empezó. También Rulfo tenía ese vicio de la parquedad.

Recuerdo, además, una broma de Monterroso frente a un grupo de estudiantes guatemaltecos que planeaban editar una revista y llegaron a visitarlo a su casa en la ciudad de México para pedirle una colaboración literaria. Los mandó con otro escritor, poeta compatriota suyo, este sí, abundante hasta la desmesura, y mal poeta, también en el exilio, diciéndoles: “pídanle a él, ése tiene bastante”.

Obras completas y otros cuentos, su primer libro, se publicó en 1959, textos ejemplares que despreciaban el rezago vernáculo de la literatura centroamericana de entonces. Luego, un década después, vendría La oveja negra y demás fábulas, e, igual que su zorro, Monterroso empezó a prevenirse de no caer en las provocaciones del escribir demasiado para acrecentar su fama. Cuando alguna vez le dije, hiriendo su modestia, que nunca había escrito una sola línea mala, me respondió, antes de soltar su risa sosegada, que era porque escribía poco. La ilustre compañía de Bartleby.  Recomendaba, además, a sus alumnos de los talleres literarios, frente a la página que uno creía perfecta, agregar algún error, para lograr así la imperfección, que es siempre una obra humana.

Igual que sus antepasados que se metían en las corrientes de los ríos a colar la arena en busca de pepitas de oro, Monterroso lo hizo con las palabras. Mucha arena colada y poco oro.

Y cuando despierte dentro de otros cien años, seguirá allí.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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