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V. El arte y el mal. El claroscuro

Por 15 de enero de 2008 Sin comentarios

Rafael Argullol

Rafael Argullol: Al escritor no se le tiene que pedir un compromiso moral en cuanto a escritor, pero sí en cuanto a ciudadano. En cuanto a escritor hay que dejarle plena libertad para que saque a todos los ángeles y a todos los demonios: no se le puede pedir sólo lo angelical.

Delfín Agudelo: ¿Pero es esto puramente narrativo, o también estético? ¿Estamos hablando de contenidos, o de construcciones poéticas? ¿O acaso es imposible tal diferenciación en la irradiación de estos demonios?

R.A.: Pienso que la literatura ha indagado desde sus inicios en lo que podríamos denominar el lado oscuro de la existencia. Probablemente en la época moderna, desde la Ilustración, sobre todo desde el romanticismo, esa indagación ha sido mucho más explícita y se ha podido hablar de una estética del mal o de una estética de lo oscuro. Pero es muy probable que esa estética de lo oscuro esté ya presente en la literatura griega y sin duda en la tragedia. Incluso yo aludiría a un hecho que siempre me ha llamado la atención y es la luz de la tragedia propuesta por los propios poetas trágicos, que es siempre una penumbra, una semioscuridad porque la tragedia griega, al contrario de la épica -que buscaba resaltar los valores positivos, heroicos, de una determinada comunidad-, la tragedia desde un principio significó contrastar esos valores positivos con los aspectos negativos de la condición humana, la luz y la sombra. Por eso la iluminación genuina de la tragedia es el claroscuro. La mayoría de las escenas transcurren en el claroscuro. Seguramente estos dos grandes filones de la literatura antigua se van reproduciendo a lo largo de los siglos y nos encontramos con que hay una literatura que quiere ser literatura de ejemplo, literatura de altura moral, de elevación moral, que es la literatura épico-heroica; hay una literatura que indaga en la oscuridad, que es más bien la literatura trágica; y hay también lo que podríamos llamar el territorio intermedio al que aludíamos el otro día que es lo tragicómico; la propia fundación de la novela moderna con el Quijote implica un recurso a lo tragicómico. Incluso yo diría ya que Gargantua y Pantagruel de Rabelais.
Esa insistencia en el lado oscuro se va transformando en algo estilístico, formal y estéticamente más explícito a medida que avanzamos hacia los siglos modernos. De manera que al final podemos encontrar en el siglo XVIII un autor como Marqués de Sade, que convierte la estética de la oscuridad en una especie de ideal negativo, y luego nos encontramos con toda la inversión de propósitos que plantea el romanticismo o nos encontramos con el título final que Baudelaire da a su gran antología poética, Las flores del mal, en contraposición al bien como valor elevado clásico. Y en general aquello que Mario Pratz, un ensayista italiano que creo que es gran interés, llamaba una "inversión de alianzas"; ya el escritor o artista no solo aspira a poner sobre la mesa lo que sería la verdad, el bien y la bondad, sino también quiere explicitar la parte tenebrosa, penumbrosa del hombre y del mundo. La obra de Giacomo Leopardi esboza un auténtico cosmos patológico: el ser humano difícilmente puede ser juzgado desde el bien y el mal si vive en medio de una patología universal. O Nietzsche, que en lugar de intentar optar entre el bien y el mal plantea un sujeto que está más allá del bien y del mal. En los dos casos, como en muchos otros, esta búsqueda lleva a visiones de una poeticidad negativa de potencia extraordinaria.
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Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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