Rafael Argullol
Rafael Argullol: El monstruo es aquello que está más allá de la línea del horizonte, en el que trabaja la imaginación. Entonces en el transcurso, en la historia de la imaginación europea a medida que se impone el racionalismo y a medida que se impone una vida sedentaria, ese monstruo que está más allá de la línea del horizonte se va desvaneciendo.
Delfín Agudelo: Hay elementos monstruosos que le permiten a la población rural explicar determinados aspectos de su realidad. En algunas regiones de Colombia, por ejemplo, si un niño se pierde en el bosque es porque el duende lo ha extraviado; si una yegua amanece con trenzas en la crin es porque una bruja la ha estado cabalgando, etc. El proverbio es claro respecto a esto: "¿Las brujas? No hay que creen en ellas. Pero que las hay, ¡las hay!".
Rafael Argullol: Acá tocas un aspecto fundamental de la imaginación literaria latinoamericana hasta pleno siglo XX, y es que aunque se haya podido escribir en las ciudades, ha sido fundamentalmente una literatura cuya materia prima ha procedido de unas sociedades mayoritariamente rurales, y en ese sentido ha incorporado un elemento rural en el cual ese aspecto monstruoso está siempre muy vivo. Por otro lado, el imaginario rural ha sido hasta hace muy poco mayoritariamente oral; puede que haya habido cronistas recogidos por los escritores, pero en general los relatos, cuentos o historias que se iban legando generación tras generación eran orales. El imaginario literario latinoamericano ha estado alimentado fundamentalmente por dos fuentes: el foco rural, con ese componente monstruoso procedente de los propios relatos orales, que en el seno de las familias se van contando a través de generaciones, y que cada generación va haciendo incorporaciones con nuevos elementos; y el otro sería el de las ciudades portuarias, el de ciudades grandes o pequeñas que recogían a los nuevos inmigrantes que llegaban y por tanto a las nuevas historias que se iba contando. Dicho más concretamente: me parece que en Latinoamérica el imaginario literario en el siglo XIX y XX se hace o bien alrededor del fuego del hogar rural, familiar, o bien en la taberna portuaria en la que van volando esas historias que se van recibiendo a través de los distintos barcos, a través de los cuales también se van mezclando distintos referentes y tradiciones provenientes de Europa, Asia o África.
Lo contrario sucede en Europa: la literatura, a partir del siglo XVIII y de una manera muy señalada a partir del XIX, se alimenta principalmente del imaginario de la ciudad. Todos sabemos en esa perspectiva que el nombre de Baudelaire es simbólico: hasta él las imágenes de la poesía europea pertenecen fundamentalmente al paisaje rural, y a todo el juego de historias del paisaje rural que incorporaban el hecho de que el hogar, el fuego de la familia, la taberna del puerto, eran las grandes manantiales. Cuando decimos que Baudelaire es el primer poeta urbano, no es únicamente porque empieza a utilizar figuras de la vida de la ciudad, sino porque es de los primeros que trasladan el escenario hegemónico de la poesía de la literatura europea desde un espacio rural a uno urbano, en un proceso que se hace irreversible. A lo largo de todo el siglo XX estamos hablando fundamentalmente de una literatura urbana en la cual ocurre mucho de la mentalidad urbana, y es que el imaginario transcurre en el laberinto de las estructuras metropolitanas, o de las estructuras urbanas Ya no en la taberna, ya no en el fuego del hogar, sino en el flâneur que pasea, en el uno que busca en la ciudad, en el cazador urbano, en el aventurero urbano, el descubridor urbano. Eso quiere decir que la movilidad es menos exterior y mucho más interior. Y estamos hablando de una especie de cambio radical de lo que sería la propia oralidad; es decir, ya no es tanto la oralidad que había alrededor del fuego o en la taberna, sino aquello que es producto de la propia visualización de la ciudad como un zoológico, como un laberinto de experiencias.