Imaginación nómada
Rafael Argullol: Evidentemente eso hace que haya una fluidez en la imaginación literaria que a veces se disuelve demasiado en lo que podríamos llamar una retórica de la imaginación.
Delfín Agudelo: Me resulta muy interesante la migración de imaginarios entre el europeo y el americano. Yo, como latinoamericano, siempre cargo con un imaginario europeo, incluso antes de venir a Europa: mitos celtas, la figura del bosque artúrico, la bruja medieval. Cargo conmigo este imaginario que me permite comprender la realidad, sea en Europa o en Latinoamérica. ¿Te ha sucedido lo mismo con algún elemento del imaginario latinoamericano? ¿Ha habido algún elemento del imaginario latinoamericano que se haya convertido en una constante en tu regreso a Europa?
Rafael Argullol: Yo creo que para un joven que se inicia en la escritura y en la imaginación literaria hay una cierta simetría entre el europeo, o al menos el español, y el latinoamericano. El latinoamericano tiene un anclaje europeo, mítico, que casi siempre quiere de una u otra manera recuperar, y ese anclaje diríamos que va de una supuesta periferia a la búsqueda de un centro. En mi caso era la excesiva conciencia de pertenecer a un centro, a un centro en cierto modo asfixiante y opresivo, y a un escape hacia la periferia. En mi caso el imaginario americano es un imaginario diríamos de libertad, es un imaginario de apertura, de conquista de un territorio. El europeo ve América desde después de los viajes de descubrimiento como una tierra de provisión, de pasión, de escape y de en cierto modo desfiguración de su propia figuración, de su descentramiento, todo eso conjuntamente. Es un espacio en el cual tú vas a perderte para ganarte.
Es un mito muy potente desde el punto de vista, sobre todo, iniciático. Con lo cual yo evidentemente fui a América portando este mito encima, y luego, a través de las decenas de veces que iba a América, esto se redibujó y reconfirmó en parte o, así como negándose en otras. Lo que sí es cierto es que hay una mitología previa al viaje a América y hay después un enriquecimiento y un modelaje de esta mitología en cada uno de los viajes. La tendencia general que siempre he notado es que siempre que llego a América, fundamentalmente Latinoamérica, tengo, por un lado, la sensación de que los sentidos tienen que trabajar más; que se enfrentan a contrastes sensitivos más agudos; que el lenguaje es más rico en matices, que es lo que antes llamaba una imaginación nómada. Parece que te estén hablando de algo cinco veces más espeso de lo que te hablan en Europa, o con más capas, y luego la sensación, un poco tópica pero cierta, de una realidad en continua creación, de un paisaje en creación, de una realidad humana en continua alteración.