Rafael Argullol
Rafael Argullol: Hoy, en mi
Delfín Agudelo: Sentir al Ángel Exterminador bien puede ser un placer duradero, o una profecía de destrucción. ¿Te ha llamado, te ha hablado, ha amenazado con desatar su ira destructora?
Rafael Argullol: Curiosamente lo he sentido de la única manera en que pienso puede sentirse: en su invisibilidad. Por tanto, no lo he visto sino que he visto las consecuencias de sus actos, y eso me ha hecho recrear la que creo que es la mejor traducción del Ángel Exterminador que nos acompaña espiritualmente, que es la película de Buñuel con ese título. Los invitados a la fiesta quedan encerrados en su mundo sin posibilidad de escapar pero no ven directamente al Ángel Exterminador. Él está presente de una manera fantasmagórica, invisible, los encierra en un segmento de su vida, no los deja escapar, y así ellos mismos se ven en el espejo de sus propias contradicciones: egoísmos y pasiones, aquello que en la vida cotidiana habitual queda disimulado, camuflado por el transcurso de los días, por las cosas útiles que hacemos, por la propia instrumentalidad pragmática que tiene la vida cotidiana. De repente se hace evidente, se interrumpe el reloj de la normalidad, se interrumpe el tiempo lineal en el cual vamos escondidos, y se hace obvio lo que está en nuestro interior. Es como si el volcán estallara, saliera la lava y se desparramara sobre todos nosotros. La genialidad de Buñuel en su película es utilizar todo el marco para-real, toda la poética surrealista que utiliza en su gran escenografía, para hacernos evidente algo que para mí es muy chocante pero muy interesante, y es que el Ángel Exterminador del que nos hablan las tradiciones teológicas y proféticas no es tanto esa figura escatológica que se nos coloca al final de los tiempos, sino es más bien una sombra que está presente en nuestra propia cotidianeidad, en nuestros actos diarios. El Ángel Exterminador está junto a nosotros, tiene intimidad con nosotros, y su acción significa precisamente romper las capas superficiales de nuestra vida y existencia y enfrentarnos a la profundidad de nuestra imagen. No es por tanto el Ángel Exterminador el anunciador del fin del mundo sino paradójicamente es el que anuncia el fin de ese tiempo lineal, de ese tiempo de reloj en el que habitualmente estamos escondidos. El Ángel por tanto nos pondría frente al espejo de nuestra propia verdad, y en eso consistiría esencialmente el Apocalipsis, que no es la verdad de un dios absoluto o escatológico, sino el enfrentamiento con nuestra propia verdad.