
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol

Delfín Agudelo: ¿Te refieres a ese personaje metafórico que aparece en Las flores del mal de Baudelaire?
R.A.: Sí, me parece que es el protagonista de Las flores del mal. Y cuando hablo del demonio de lo irreparable no hablo quizá de demonio en sentido de diablo, sino en un sentido más socrático, más griego, más antiguo: de demonio como daimon, de una fuerza que penetra la existencia y la vida humana. Si algo está continuamente presente en las poesías de Baudelaire, en Las flores del mal, es el desgaste al que nos somete el tiempo, el hecho de que el hombre, en lugar de irse enriqueciendo por la experiencia del paso del tiempo, se va hundiendo, y eso Baudelaire lo supo resumir muy bien en un verso sintetiza muy bien su sentir poético: Descendemos al orco un escalón diario. Es esa idea del descenso, que sólo se puede frenar a través de determinados cortes en el tiempo, o cortes en la caída en el tiempo, que es cuando se produce por un éxtasis, por una alegría, por un goce, por una curiosidad, por un descubrimiento. Si el hombre está fuera de ese estado de descubrimiento, de tensión por la curiosidad que le produce el mundo que le rodea, inevitablemente en la opinión de Baudelaire va cayendo. Y eso en sus poesías lo mostró muy bien en un personaje alegórico si se quiere pero vivo, que es ese demonio de lo irreparable. De ahí que en los poemas encontramos esas expresiones que siempre se refieren al carácter irreversible del tiempo. Lo irreparable, lo irreversible, lo irremediable: detrás de todas esas expresiones hay siempre ese daimon, ese demonio que dirige al hombre no curioso, que dirige al hombre no aventurero, que dirige al hombre dominado por la monotonía, tedio y la rutina, lo dirige irreparablemente hacia el orco.