Rafael Argullol
Rafael Argullol: Edipo se convierte en un destino en sí mismo, y en la última tragedia hace la representación del significado de ese destino.
Delfín Agudelo: ¿Pensarías que en este nomadismo y ceguera habría alguna variación del concepto del Hades? Sería, por lo tanto, también una variación o transformación del concepto de la muerte.
R.A.: Yo creo sinceramente que toda la tragedia, toda las tragedias de los tres grandes poetas -Esquilo, Sófocles y Eurípides- significaron en el fondo una especie de colisión entre lo que era el modelo más genuinamente homérico, griego, procedente de la épica, con una mentalidad extra-homérica que en términos muy amplios podríamos llamar órfica y dionisíaca, mentalidad en la cual se introdujeron elementos extáticos, elementos en los cuales se insinuaba la posibilidad de la inmortalidad del alma o al menos la posibilidad de la metempsicosis. Es decir: el mundo de la tragedia es un mundo en el que confluye lo oriental y lo occidental; en que confluye lo que era griego arcaico con elementos probablemente procedentes de Asia, de oriente medio, incluso de la India. Los historiadores contemporáneos ya empiezan a recoger la enorme influencia de esas doctrinas, de esas teorías.
Creo que la tragedia sin definirse está reestructurando la visión que se tiene de la muerte en la sociedad griega. Lentamente se pasa de es idea fría, de exilio, que es el Hades homérico, a esas nuevas ideas que reflejan los escritos metafóricos y místicos de los pitagóricos y sobre todo que recogerá de manera tan impactante para la posteridad Platón: la idea de que quizás la condición humana no sea mortal exclusivamente, como era la creencia homérica, sino que junto con la mortalidad haya una dimensión inmortal.
¿La traducción de esa dimensión inmortal? No la había unívoca: había muchas cristalizaciones distintas de esta posible inmortalidad. Pero al variar esa piedra angular, variaron todos los engranajes de la arquitectura griega, o se trastocaron, porque en la medida en que tú cambiabas, relativizabas o transfigurabas la relación del hombre con la muerte, también cambiabas la relación del hombre con la memoria, la relación del hombre con el significado de la gloria, del honor, de toda una serie de elementos que marcan la antropología antigua griega. Y todo eso creo que son piezas que entran en choque en lo que llamamos tragedia: entendida ahora en su conjunto, significó una especie de gran escenario donde se fue escenificando esta colisión de mentalidades y de sensibilidades y de espiritualidades, para una comunidad en la cual las ideas habían dejado de ser unívocas y se demostraban muy deslizantes y muy contradictorias entre sí. En el mundo de la tragedia, que es el mundo álgido de la Atenas clásica, conviven personajes y corrientes de opinión que siguen reafirmando la idea del Hades homérico y de la muerte absoluta del hombre a través del acto de la muerte, con otros que introducían elementos vinculados a una mortalidad personalista, con otros que vinculados a los que introducían una idea inmortalidad podríamos llamar más abstracta, más vinculada hacia lo que modernamente llamaríamos energía o reintegración en el cosmos.
Había distintas posiciones y todas ellas chocaban en el mundo de la tragedia. Esto queda muy bien demostrado en Las bacantes de Eurípides, donde lo que eran las visiones tradicionales de la muerte y la condición humana son abruptamente modificadas por ideas extranjeras ya tan influyentes que pueden considerarse locales. Es un gran laboratorio en el que se experimentan lo que luego serán distintas actitudes del hombre delante de la muerte y la inmortalidad, de la memoria y del propio arte.