Criaturas y creadores
Rafael Argullol: Adán y Eva estaban en la misma condición del andrógino. De hecho, Adán y Eva forman una unidad andrógina primigenia antes de ser expulsados del paraíso.
Delfín Agudelo: Pensando en variaciones o episodios de seres primigenios, se me viene a la cabeza Frankenstein. Me parece interesante traerlo a colación cuando se tiene en mente la situación de Adán y Eva, puesto que tiene el irredimible y trágico castigo de la soledad—no tiene ninguna religión a la cual acudir para solventar su estado y sabe que nunca tendrá una compañía amorosa. Así como Adán y Eva cuando caen tienen la noción epifánica del amor a sí mimos— la conciencia del ser—, Frankenstein desarrolla lo contrario, que es el rechazo a sí mismo, y es casi una mezcla, me atrevería a decir, entre Job y la pareja edénica, porque es el reclamo absoluto al Doctor Frankenstein del por qué lo ha creado, pregunta que surge con todas las connotaciones que la obra implica: la facultad del lenguaje, y sobre todo del lenguaje poético. No le pide la muerte, pero sí la explicación de su creación.
Rafael Argullol: Es un poco las cajas de muñecas rusas en las que estamos colocados a lo largo de la modernidad, al menos desde le renacimiento: el hombre nostálgico, sintiendo la profunda escisión que ha significado la caída, quiere llegar de nuevo al paraíso. La pérdida del paraíso implica el intento de llegar de nuevo al paraíso. En la tradición religiosa, llegar de nuevo significa llegar a la nueva Jerusalén, o a la resurrección de la carne, al cuerpo glorioso, toda una serie de figuras escatológicas de la tradición cristina que vendrían a ser la resolución de la simetría paraíso-paraíso perdido-paraíso recobrado. Lo que ocurre es que llega un momento justo en el renacimiento, con la entrada en crisis del edificio espiritual cristiano en Europa, y el funcionamiento de las nuevas fuerzas liberadoras—el racionalismo y la iluminación—, que el tema de ese juego nostálgico del paraíso que lleva a la necesidad de recuperarlo se traslada del cielo a la tierra, de lo ultraterreno a lo terreno. Es cuando nace esa fuerza fundamental, demoníaca y llena de contradicciones del hombre moderno. Se intenta entonces realizar el paraíso en la tierra a través de las fuerzas de la técnica, del progreso y la técnica, de la revolución social, de diversos ámbito a través de los cuales el hombre aspirará a crear este nuevo paraíso. El caso Mary Shelley es evidente: sigue una idea que ya expuso el joven Goethe en el poema “Prometeus”, que inspiró mucho su obra —Frankenstein o el moderno Prometeo. El joven Goethe, que aún se movía en la órbita del sturm und drang, dice: “Ahora no te necesitamos, Dios. Ya tenemos la autonomía, la fuerza suficiente para crear absolutamente, o hundirnos en el intento”. Creo que en la novela de Shelley el Doctor Frankenstein es el producto de ese proceso. Crear una criatura perfecta, pero se cuela la imperfección del mal por medio. Entonces el resultado es híbrido, y esta criatura perfecta reproduce los mismo problemas que tiene la misma conciencia humana. Esta saga ha tenido varias continuaciones, y una de ellas, obvia, es Blade Runner. Se remonta a los replicantes que siguen el mismo proceso, a crear la criatura perfecta que entra en contradicción: empieza a pensar en términos de escisión, compañía, muerte, y quiere saber, el juego de espejos del hombre que también quería saber, el tema del Doctor Frankenstein y Prometeo.