Rafael Argullol
Delfín Agudelo: Sin lugar a dudas, la experiencia en este caso precede al acto de escritura. El ser experimentado implica que tienes experiencia; pero, ¿qué debe hacer el escritor o poeta con esa experiencia? ¿Cómo debe usarla como materia prima de su creación?
Rafael Argullol: El poeta o el escritor es un taxidermista: diseca emociones. Por eso tiene que ser un hombre que establezca estrategias. En la cultura occidental siempre hemos tenido grandes equívocos pensando que el artista o el poeta es el hombre más sensible, y eso no es verdad: el hombre más sensible es el hombre más sensible. Pero el hombre más sensible que convierte la sensación en poesía o en literatura de alguna manera comete un crimen contra la sensación. Tiene que armarse de cautela, armarse de frialdad, armarse de argumento, armarse de lenguaje para enfrentarse a esa sensación, porque la sensación en estado puro es inexpresable. Ocurre lo mismo con el lenguaje del sueño y con el lenguaje del insomnio. El lenguaje del sueño es nítido: tenemos un sueño, nos despertamos. Tenemos este recuerdo más o menos vaporoso del sueño. Puede que se mantenga o no, porque a veces sueños muy elaborados se disuelven al despertar. Pero supongamos que se recuerda, e incluso se recuerda con precisión. El recuerdo mismo del sueño ya es una racionalización de la propia experiencia del sueño, y allí interviene la frialdad de la estrategia de la razón. Y el insomnio, que no es solamente un estado que sufro sino que me interesa desde el punto de vista de la creación de la imaginación, nos introduce a esos estados intermedios que pueden sugerir expresiones, pero que son expresiones siempre inacabadas, siempre fragmentarias. Y por eso un buen método, al menos para mí, ha sido dejar pistas que luego vas a recoger sabiendo que estás racionalizando y que estás reinterpretando. Pero toda la poesía y todo el arte es reinterpretación, porque todo el lenguaje es reinterpretación. El lenguaje puro sería el silencio.