Rafael Argullol
Rafael Argullol: Mira Delfín qué magnífico juego de sobras que hay en esta imagen.
Delfín Agudelo: Se trata de Alesiter Crowley, la Gran Bestia.
R.A.: Sí. Un hombre fuera de lo común, un literato especialísimo, que en esa fotografía él mismo se parodia mostrándose en una especie de escenificación diabólica, en una pose demoníaca, con su doble en la pared. Viendo esta foto me he acordado de la atracción que en un momento determinado causó en mí cuando era muy joven la figura de Crowley, que era una especie de maldito entre los malditos, un heredero especialmente extravagante de los poetas malditos de Rimbaud, Lautréamont, incluso en la lejanía de Baudelaire. Él mismo alimentaba su propio mito demoníaco y llegó a impactar en su época de una manera fuera de lo común. Recuerdo que se escribió una biografía por parte de un autor John Simmons, en el cual se hacía todo un análisis de la trayectoria de Crowley, al que se llamaba la Gran Bestia. De hecho era un seudónimo que él mismo había utilizado junto con muchísimos otros seudónimos diabólicos. Lo cierto es que transcurrido más de medio sigo desde la muerte de Crowley, las hazañas demoníacas de ese autor nos parecen prácticamente juego de niños, en comparación con los extremos a los que ha llegado cierta cultura llamada popular, o televisiva. Crowley, haciendo sombras demoníacas en la pared, tiene algo de particularmente entrañable.