Rafael Argullol
En medio de la avalancha, para salvarse,
corrió, gritó, atropelló,
ciego entre otros ciegos,
sordo entre otros sordos.
Estaba dominado por el pánico
y, olvidado todo principio, no dudó, siempre para salvarse,
en golpear a niños y apartar a viejos
que obturaban la salida del teatro en llamas.
Pero no lograba escapar y, desesperado,
creyó que su destino era perecer
atrapado en el caos de cuerpos.
En aquel momento apareció un ángel
que, espada en mano, golpeando aquí y allá,
le abrió paso entre la muchedumbre.
La espada angélica chorreaba sangre
cuando, fuera ya del teatro,
llegaron a un lugar seguro.
"Estaba equivocado -susurró-,
todavía no ha llegado mi hora".
Entonces la espada angélica,
bañada en sangre, cayó sobre su cabeza.
"Estabas destinado a salvarte -dijo el ángel-
y ya ves, por cobarde, mueres".