Rafael Argullol
El primer ojo
-sea el que fuese-
quedó fascinado por el descubrimiento de la luz.
Luego vinieron los colores, las formas,
la circulación del tiempo entre las siluetas,
las sombras, el giro de las cosas,
el mundo, en suma, en su esplendor.
Pero el ojo necesitó el párpado
para poder protegerse de ese alud de vida;
y así cerrarse ante el exceso de mundo
y luego abrirse, de nuevo,
nostálgico de lo conquistado por la visión.