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La lengua ibérica traducida

Por 21 de noviembre de 2017 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

 

Leo en un artículo de El País sobre la exposición «El enigma del Vaso», en el Museo de Prehistoria de Valencia, la chocante noticia de que «la lengua íbera es intraducible» a pesar de sus «fórmulas escritas que se asocian con las expresiones encargar o mandar hacer». El asunto es portentoso, ¿cómo es que fórmulas escritas de una lengua intraducible se pueden asociar con expresiones traducidas de esa misma lengua que, por lo visto, se dejó traducir un poco, aunque enseguida volvió a su estado intraducible?

 

La lengua ibérica se tradujo por primera vez por Pío Beltrán en 1934. En concreto la inscripción 12 de Liria que dice «kutua teiztea» y Pío Beltrán interpretó como «llamada de guerra». La traducción fue rechazada por Caro Baroja y otros. Beltrán insistió, pero no se le hizo mayor caso. Sin embargo, se trataba de la primera traducción cabal del ibérico, y también la única en los últimos ochenta y tres años.

 

Este año se ha publicado la traducción del plomo de Alcoy en el libro No hallarás la vida que buscas. Gilgamesh y la épica antigua. El primer verbo conjugado que se ha podido identificar en ibérico es «dur», primera persona del singular del verbo «tener», que en el texto presenta la forma subjuntiva «duran», y significa «que yo tenga». Se trata del núcleo mismo de la fórmula de juramento y lo más llamativo es que presenta la misma flexión que conocemos en el difunto dialecto roncalés, con lo cual tenemos la primera referencia firme de la antigua extención de la lengua ibérica en la Península.

 

La segunda expresión que se ha podido traducir en el plomo de Alcoy es «zezdirga», que aparece a continuación del verbo anterior, y significa «ganancia en hermandad». Aquí lo llamativo es que se trata de una locución sumeria, que establece la filiación del ibérico, y da la clave para su interpretación. No es menos interesante el paralelismo del plomo de Alcoy con el juramento de los pretendientes de Helena en el ciclo troyano.

 

En el mismo volumen se traduce la inscripción de Andelos que se encuentra en el Museo de Navarra, y fue descubierta por María Ángeles Mezquiriz en 1992. Es una firma de autor en un pavimento decorado, el texto dice Likine abuloraune ekien  Bilbiliarz, y significa: «Likine hizo el vestíbulo de la puerta principal al estilo de Bilbili». Aquí se demuestra que el ibérico se ha deshecho del ergativo sumerio y ha creado el acusativo. Este proceso era conjeturado por los paleolingüistas en las lenguas semíticas más antiguas. Demuestra, de paso, que la gramática generativa chomskiana es una fantasía mandada recoger, porque las categorías gramaticales no radican en casillas preestablecidas en las mentes, sino que son clasificaciones convencionales. Las lenguas se aprenden como las canciones, a base de sonsonetes y frases hechas, no hay ningún órgano «gramatical».

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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