Rafael Argullol
Recuerda, cicatriz, la sangre
manando a borbotones de mi rodilla.
Y lo que sucedió antes de que manara la sangre.
La herida, el golpe, la caída.
Y lo que pasó antes de la caída.
Aquella carrera desenfrenada con la bicicleta
por el estrecho camino que conducía al bosque de Solers.
Recuerda, cicatriz, el aire ardiente
de aquella tarde de agosto.
El resplandor ocre de los campos, la luz inclinada.
Recuerda la cara del niño
que subía por primera vez a su bicicleta nueva
con el ánimo de quien va a montar un caballo.
Recuerda, cicatriz, sus pensamientos de entonces,
sus emociones apenas contenidas.
Recuérdalo todo, mi querida cicatriz.
Es tu derecho, es tu deber,
pues, acaso, ¿no sois vosotras, cicatrices,
los senderos que mantienen unidas
las huidizas horas de la vida?