Rafael Argullol
Una mujer velada
camina ágilmente entre las dunas.
Lleva sobre su espalda un niño,
también cubierto con un velo
para evitar la arena que levanta el vendaval.
A su frente sólo hay vacío,
un desierto blanco, infinito.
Ningún signo de vida interrumpe
la perfecta lisura de la piel del infierno.
A menudo la mujer se inclina hacia adelante
para contrarrestar la fuerza del viento,
y de tanto en tanto, con un gesto rápido,
se vuelve hacia su hijo
para susurrarle unas palabras,
apenas audibles entre las voces del desierto.
¿A dónde se dirige con tanta determinación
esa mujer que ha ocultado su rostro?
¿Quién puede adivinarlo?
La nada es suya; la vida, también.