Rafael Argullol
Un violín entre los escombros,
roto, sin cuerdas, silencioso.
El fraude dura sólo un instante.
Enseguida se reanuda el concierto.
Unos dedos ágiles, unos ojos atentos.
Los sonidos fluyen como aguas
que saltan de cascada en cascada.
El manantial, el río.
Las notas se expanden por el mar
a la busca de límpidas auroras.
Y por fin la música se vierte en el firmamento,
cautiva de su propia maravilla,
segura del origen de las cosas,
muerte y matriz del mundo.
El fraude dura sólo un instante
cuando veo el violín entre los escombros.
Luego, atento ya, el oído se abre,
y Dios reinicia su interpretación.